Seguramente no hay situación más angustiosa en la vida de un padre, que la amenaza de muerte a un hijo. Eso es lo que hace pocas semanas tuvo que vivir uno de mis amigos, con su primogénito que se encontraba internado en un hospital de Nueva York, víctima de un cáncer violento que había tomado varios órganos vitales de su cuerpo, al punto que ningún médico era capaz de predecir otra cosa que no sea su inminente deceso.
Generalmente, estamos preparados para ver la partida de nuestros padres y abuelos, particularmente cuando llegan a una avanzada edad, pero no podríamos aceptar fácilmente la muerte de un hijo. Sin embargo, las enfermedades nos acechan a cualquier edad y el cáncer cobra la vida de miles de personas a diario, incluyendo la de tiernos niños y jóvenes con mucho futuro.
Pero el viaje urgente de mi amigo y su presencia en aquel hospital, cuidando a su hijo y pidiendo a Dios que le otorgue una segunda oportunidad de vida, se convirtió en una singular experiencia, pues, pese a los negativos presagios, el joven recuperó su salud totalmente, de manera que los galenos no pueden entenderlo, luego de tener varios tumores malignos en su cerebro, hígado, páncreas, riñones y pulmones, con un sistema inmunológico muy debilitado y un montón de enfermedades adicionales que lo obligaban a estar conectado a una máquina para respirar.
Algunos ya hemos escuchado historias similares, donde de manera inexplicable -al menos científicamente- ciertos pacientes con enfermedades terminales han salvado su vida luego de cadenas de oraciones, imposición de manos y mucha fe, al margen de la religión a la que pertenezcan, pues, a diferencia del hombre, Dios no hace acepción de personas y su oído escucha el clamor de sus hijos cuando de manera sincera y obediente se acercan a Él. Incluso muchos que con soberbia han negado la existencia de Dios y su poder, ante situaciones desesperadas han acudido al Creador rogando su misericordia, y no han sido pocos los que la han recibido, cambiando sus vidas ante los resultados milagrosos.
El dolor y los milagros han tenido siempre una estrecha relación, pues los hombres, generalmente, solo nos acordamos de Dios en situaciones desesperadas; por fortuna, no es el caso de mi amigo, quien desde hace muchos años lleva una vida muy espiritual, no solo de oración, sino de ayuda al prójimo, aun a expensas de sus finanzas. Pero nosotros no debemos olvidar la promesa de Cristo: “Sobre los enfermos pondréis vuestras manos, y sanarán”