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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Dolarización, nada que celebrar

22 de enero de 2020

Si hay algún escaso consenso en el país, aparte de que todos queremos que gane la selección, es la dolarización. Ni aun en épocas del correísmo, cuando había fuertes argumentos de académicos e ideólogos en contra de ella, incluido el propio expresidente, se pudo cuestionarla abiertamente. Sin embargo, ahora que se cumplen 20 años de su implementación, algún sector académico ha organizado un acto en el cual se llama a “festejar” la dolarización. Para poner más leña al fuego, algunos medios están reposicionando la figura de Jamil Mahuad, en un confuso intento por lavar su imagen.

La crisis económica, social y política que se produjo en 1999 fue de dimensiones impresionantes, un breve recuento: varios funcionarios gubernamentales eran a la vez representantes de la banca; la ley de la AGD dio garantía ilimitada de depósitos; se aprobó la propuesta de Nebot de eliminar el impuesto a la renta y sustituirlo por 1% a circulación de capitales; se decretó el feriado bancario y se congelaron los depósitos por un año; se produjo la quiebra de buena parte del sistema financiero y el Estado corrió a cargo de su salvataje; el banquero Aspiazu, quien había cotizado para la campaña de Mahuad, demandó junto con PSC el salvataje aunque no cumplía condiciones; la inflación llegó al 100%; la economía decreció un 7%, la cifra de pobres pasó de casi 4 a 9 millones de personas. En este contexto se dolarizó la economía el 9 de enero de 2000, con una tasa de 25 mil sucres por dólar, licuando los escasos dineros de los ecuatorianos.

Si eso merece festejarse será en el mundo de la infamia y la estulticia. Se argumentó que se celebraba la solución a la crisis, pero es extraño que economistas lo propongan. La dolarización no solucionó la crisis del país, apenas controló la inflación y nos dio una seguridad monetaria que ciertamente apreciamos. Sin embargo, cualquier análisis debe considerar el complejo y conflictivo contexto de una crisis que obligó a migrar a 1 millón de personas, que con su trabajo enviaron remesas para paliar el hambre de sus familias. Ellos son los verdaderos héroes y heroínas a quienes se debe reconocer. (O)

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