“Todos somos ignorantes”, declaró una vez Einstein, admitiendo que todos desconocemos varias cosas importantes por diversos motivos; sin embargo, con frecuencia rechazamos esta verdad, debido a nuestra proverbial necedad que nos hace rechazar la posibilidad de aprender o conocer cosas nuevas, principalmente cuando estas discrepan con teorías o ideologías que hemos adoptado.
Este absurdo comportamiento –muy humano, por cierto- se debe, generalmente, a una falsa autoestima que nos hace confundir el valor y el honor con la soberbia y la necedad, de manera que nos revolcamos en nuestros errores y rechazamos todo lo que creemos que amena nuestras creencias, llegando al extremo de aferrarnos a preceptos enraizados como tumor en nuestras mentes, dejando que gobiernen nuestras emociones y dirijan nuestras acciones.
Así se hace muy difícil romper las cadenas de la ignorancia, ya que este comportamiento obedece -más que a lo intelectual- a factores emocionales y a prejuicios como resentimientos, frustraciones y otros complejos que trastornan nuestra percepción, al punto de responder con violencia, ofendiendo a familiares y amigos, pues la pasión que ponemos para “defender” nuestras ideas, nos ciega y embriaga con el veneno del odio, impidiendo que veamos la luz, como un virus que infecta y trunca el desarrollo del espíritu.
Si en lugar de discutir, tratando de hacer valer a ultranza nuestra hipótesis, nos sentásemos a escuchar con atención y mente abierta, tratando de ver desde la otra orilla, seguramente algo nuevo aprenderíamos; pero, esto requiere cierta dosis de humildad y honestidad intelectual, difícil a ratos de conseguir. No se trata –claro- de ir por la vida creyendo todo lo que escuchamos sin formarnos nuestro propio criterio, pero tampoco debemos negarnos al acceso de nuevas ideas que nos harán crecer.
Si bien, la diversidad de opiniones es una expresión de la libertad de pensamiento que puede enriquecer al conocimiento, en muchos casos, sólo se trata de la exaltación parcial de un hecho mientras se minimiza la otra parte del mismo, motivados por algún interés, simpatía, resentimiento, etc., plantados en una posición por el orgullo de “no dar nuestro brazo a torcer”, cuando ganaríamos mucho más escuchando, a ver si encontramos algo que nos enriquezca de verdad. Finalicemos recordando lo que dijo Ruckert: “Todo error tiene un núcleo de verdad y toda verdad puede ser semilla de errores”.