Hace algún tiempo compartí una reflexión sobre el hecho de que todos, en algún momento de nuestra vida mentimos, pues es un signo propio de nuestra naturaleza; lo cual, a mi criterio, no nos convierte en “mentirosos”, al igual que nadie podría ser tildado de “griposo” por contraer de vez en cuando este virus al que todos estamos expuestos.
Hay dos aspectos que debemos identificar: la frecuencia con la que mintamos y las consecuencias o daño que cause la mentira. Son estas condiciones las que separan a cualquier persona, de un engañador “profesional” del cual debemos guardarnos; personas de pocos escrúpulos y muchas habilidades teatrales, capaces de fingir emociones diversas acordes con las situaciones y objetivos que se propongan para seducir a sus víctimas.
Los engañadores “profesionales” pueden fingir, según el caso, enojo, alegría, pesar, temor, fortaleza, etc., y su éxito dependerá de dos condiciones: su habilidad para convencer, y el grado de vulnerabilidad de los engañados, sujeto a factores como: ingenuidad, ignorancia, prejuicios, ambiciones… Cualquiera sea la causa, el engañado no estará consciente de la realidad hasta que el daño sea evidente y no pueda hacer nada para evitarlo.
Nuestra crónica judicial recoge las andanzas de un hombre conocido como “el cuentero de Muisne”, que ejemplifica muy bien cómo a base de una extraordinaria capacidad para embaucar se puede conseguir todo cuanto se proponga, dominando a sus engañados al usar una gran inteligencia emocional para hacer el mal en cualquier campo como los negocios, el religioso, político, etc.
Para entender cómo puede llegar tan lejos un engañador, hay que analizar la psicología humana y el poder de la palabra sobre ella, cual poderosa energía manejada con destreza para lograr que las personas sintonizadas con la propuesta, la acepten por falta de parámetros, porque calmen sus temores, respondan a prejuicios, suplan carencias, cubran ambiciones, llenen vacíos, o cualquier otra expectativa.
Ningún engañador tendría éxito, por muy locuaz que fuese, si no toca la cuerda precisa para “encantar” a sus víctimas, pues quienes con facilidad caerán en las redes del brujo envenenador, serán los que con desesperación estén buscando la planta que cure sus males. De hecho, todo hombre puede engañar y ser engañado, pero la Biblia nos enseña que Dios no puede ser burlado, y que no debemos agraviar ni engañar a nuestros hermanos, porque el Señor es vengador de todo esto.