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El Telégrafo
Bernardo Sandoval

Entre Dios y el Estado

30 de junio de 2019

El ser humano ha buscado a Dios tras iniciar su vida social.  Sus primeras deidades eran elementos de la naturaleza, por la admiración y el temor que causaban. Con la evolución y desarrollo de su inteligencia, el hombre busca una relación espiritual con un ser superior, procura entender el origen de todo y  se plantea una vida después de la muerte. Ya con la representación mental de la figura de Dios, ser omnipotente, se inicia el temor a Dios. Surgen las religiones y, con ellas, la dicotomía entre el Dios misericordioso y el Dios castigador, generándose la idea de que, al mismo tiempo, hay que adorar y temer a Dios.

Las religiones se organizan sobre la base de la llamada palabra de Dios, supuestamente transmitida a profetas por una gracia especial y que, al difundirla,  han sembrado normas de conducta altruistas que, en su conjunto, marcan el camino del bien.

Las religiones, es cierto, establecen ciertas normas morales; no obstante, en muchos casos tales religiones han tenido tal influencia que han marcado el desarrollo de la vida política y el funcionamiento del Estado.   

El Estado, por otra parte, es aquella figura que aglutina las instituciones que rigen la convivencia social y está dotado de la facultad del uso legítimo de la fuerza pública, de la capacidad de legislar, de la obligación de impartir justicia y del deber absoluto de proteger los derechos individuales y colectivos de todos los ciudadanos. El Estado, por ende, no puede estar al arbitrio de la opinión religiosa y sus deberes de protección de derechos trascienden el interés de los grupos religiosos.

El laicismo, en buena hora, constituye esa muy virtuosa corriente política que asegura la separación entre las instituciones religiosas y el Estado, necesidad absoluta para el progreso de las naciones, para el ejercicio pleno de la democracia y para la vigencia efectiva de los derechos. 

La violencia verbal alrededor de la decisión de la Corte Constitucional, sobre el matrimonio igualitario se ha desbordado. Es imprescindible bajar el tono de la polémica en un país que requiere unión tras una década de dolorosa polarización. (O)  

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