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El Telégrafo

Dignidad reencontrada

21 de diciembre de 2011

Ojalá las innumerables luces de Navidad enciendan en nosotras y nosotros la llama de la dignidad que vino a traernos el niño pobre del pesebre. Ya el 12 de diciembre de 1531, Nuestra Señora de Guadalupe decía al indio Juan Diego: “Juanito, Juanito, el más pequeño de mis hijos, eres digno y mereces respeto”. Desde el comienzo de la colonia, “el cielo” nos hablaba de dignidad.

Después de más de 500 años, los indígenas del continente siguen diciendo que no han salido todavía de la colonización. De hecho, como pueblos originarios, son los más pobres entre los pobres. ¡Qué tragedia de la historia! Cuánta responsabilidad de los sucesivos gobiernos y de los grandes empresarios; cuánta complicidad de los simples ciudadanos. ¿Qué vamos a celebrar en la Navidad si millones de nuestros hermanos viven en la miseria?

Despertemos la dignidad en nosotros y en los demás. La dignidad es vivir cada vez más humana, personal y colectivamente, en armonía con la naturaleza. Personalmente crecemos en dignidad cuando nos valoramos, cuando nos vestimos correctamente, cuando comemos sanamente, cuando respetamos nuestro cuerpo, cuando vivimos en un entorno limpio y agradable, cuando desarrollamos nuestras capacidades físicas, intelectuales, culturales y religiosas.

Colectivamente crecemos en dignidad cuando nos relacionamos unos con otros, saludándonos y conversando amablemente, cuando nos apoyamos en los momentos difíciles y angustiosos, cuando compartimos lo que tenemos, somos y sabemos, cuando nos preocupamos por colaborar, a fin de fomentar una convivencia fraterna y lograr mejoras materiales para todos, cuando nos organizamos para defender nuestros derechos comunes, cuando aportamos nuestro granito de arena para un Ecuador mejor; mejor en fuentes de trabajo, mejor en el trato mutuo, mejor en la igualdad y equidad sociales, mejor en protección ambiental.

La dignidad es una lucha continua contra nuestros vicios y malos instintos, contra el individualismo y la ambición, contra las ansias de poseer siempre más y de dominar a los demás, contra el materialismo y la falta de grandes horizontes. Un niño pobre y débil viene a decirnos que la dignidad está en la sencillez y la pobreza compartidas en la fraternidad alegre y la comunión con Dios.

Hay muchas batallas que librar. ¿No será la dignidad el mero hecho de librar batallas por mejor vida, simplemente para ser mejores uno mismo y entre nosotros, para bien del universo entero? Pues la dignidad tiene sabor a vida.

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