La primicia era la primera parte de la cosecha que se ofrecía a Dios, con carácter voluntario, en el cristianismo durante la Edad Media; luego se fue convirtiendo en una coacción. En cambio, el diezmo constituía la décima parte de haberes de producción o comercio, que estaba destinado a satisfacer los diferentes estamentos sociales. De aquí se originó la propia institución de la hacienda como tesoro público. La alianza explosiva entre cristianismo e imperialismo romano hicieron el resto.
Que la política tenga mucho de religión no es ninguna novedad así, por ejemplo, en el corpus mysticum correísta había una iglesia constituida por innumerables y cómodas parroquias que se desplegaron a lo largo del territorio nacional. Sus programas, proclamas, y aun planes estatales se pretendían constituir en doctrina de fe para los fieles más ingenuos, quienes escudriñaban la letra de estos textos sagrados para encontrar las verdades, cuando las prácticas nos decían todo lo contrario.
Los fieles, adherentes al movimiento se debatían entre la lealtad a su líder, los denominados correístas; o a la organización política, Alianza PAIS; incluso unos terceros se declaraban socialistas del siglo XXI o auténticamente revolucionarios. Precisamente esta dispersión dio origen al cisma que tuvo este movimiento político recientemente.
Así, no hay que escandalizarse por el cobro de tributos a su feligresía. Si nos sorprenden los diezmos, imagínense cuando nos enteremos de los pecados y el pago de indulgencias. La vicepresidenta Vicuña afirma que eran contribuciones militantes que se las entregaban con verdadero fervor, no importa a qué cuentas iban a dar.
Un asambleísta converso señala que el propio líder/deidad, con Power Point en mano recogía las canonjías de la piedad correísta que los había posicionado en cargos de elección popular o designaciones, nada más que por el hecho de haberse fotografiado con el líder. De esta forma se sacralizó la política mundana.
El museo correísta no era más que una exaltación a la memoria del líder instalado en Carondelet, objetos/reliquias que merecían adoración. No faltaba más, no puede haber religión sin mártires y santos, hoy presenciamos la creación de uno propio, santo Glas se va a llamar si logra inmolarse porque la fe correísta lo demanda. (O)