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El Telégrafo

Diez años después del 11-S

14 de septiembre de 2011

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York (11-S), imputados a la red Al Qaeda, marcaron un antes y un después en la historia mundial.

Para Immanuel Wallerstein, luego de la Segunda Guerra Mundial, el éxito de Estados Unidos como poder hegemónico creó, en forma simultánea, las condiciones de su declive. Wallerstein sintetiza este proceso en cuatro acontecimientos: la guerra de Vietnam, las revoluciones de 1968, la caída del Muro de Berlín (allí perdió a su contradictor natural: el comunismo) y el 11-S.

A mi juicio, los componentes del declive desde el 11-S son: (1) el telón de fondo del cambio climático y la emergencia de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que le restan poder económico en el mercado global; (2) las erráticas intervenciones en Irak, Afganistán y de manera indirecta en Libia, urgido por mantener suministros energéticos, lo que, además, tiene un gigantesco costo fiscal por el gasto bélico (entre 3 y 5 millones de millones de dólares, según el libro The Three Trillion Dollar War, escrito por Joseph Stiglitz y Linda Bilmes en  2008); y (3) el predominio ideológico del neoliberalismo, su desregulación, enriquecimiento de los más ricos y primacía del capital financiero: tras el  11-S la Reserva Federal de los EE.UU. bajó la tasa de interés, para alentar el consumo vía incremento de la deuda privada, pero no se hizo nada para impedir la burbuja financiera que explotó en 2008 con los subprime.

Después del 11-S, EE.UU. puso en marcha la “Operación Libertad Duradera” (octubre de 2001) para eliminar a Bin Laden y derrocar a los talibanes. Consiguieron ambos objetivos, aunque con un rezago considerable de tiempo. Sin embargo, los talibanes no han desaparecido.

Los “halcones” norteamericanos intentaron sin éxito encontrar alguna conexión entre Bin Laden, los talibanes, el 11-S y el régimen iraquí. Durante el mandato de G. Bush hijo, la Casa Blanca lanzó una campaña de propaganda para convencer al mundo de que la invasión a Irak era parte de la guerra de EE.UU. “en contra del terrorismo”, justificada -además- porque Saddam Hussein tenía “armas de destrucción masiva”. Consumada la invasión, la Casa Blanca reconoció que dicho argumento no era verdadero.

Visto en perspectiva, el dantesco colapso de las Torres Gemelas y los miles de muertos anticiparon otro colapso igual de horrendo pero menos espectacular, desencadenado en octubre de 2008, con las crisis financiera y fiscal del país más poderoso del mundo. Comprender no es lo mismo que justificar, y Wallerstein -con su teoría del sistema-mundo-capitalista- ofrece interesantes argumentos para comprender algo que, sin antecedentes, justifica el repudio general.

La construcción de un mundo diferente es una asignatura pendiente.

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