El incremento de la gasolina impactará la inflación sobre todo los próximos cuatro meses. El desempleo y el subempleo (que le etiquetaron como empleo no adecuado para aparentar) trepará desde el segundo trimestre. La capacidad del Gobierno de negociar y asimilar la reacción social llegará a su máxima prueba en marzo. Allí, o las finanzas se terminan de reconstruir o se descalabran al contado. Las elecciones serán la válvula de desfogue político: habrá ganadores y perdedores extremos: no intermedios ni intermediarios.
Marzo diezmará irrevocablemente a la 35. El correísmo interpretará el resultado como fracaso morenista, maximizando –ya solo con lenguaje– el lánguido espacio entonces restante. ¿En algún momento se darán cuenta del harakiri acicalado? El reacomodo electoral hará que prácticamente todos los demás recuperen terreno, excepto los que tienen asesores sin capital intelectual ni producto refinado: obviamente me refiero a Lasso.
El consumo y las finanzas privadas sentirán el jalón el segundo semestre. Los corporativistas encontrarán su espacio, como siempre lo han logrado. Quizás esta vez sin palabras revolucionarias, quizás esta vez con la sartén visible por el mango. La desigualdad empezará a despertarse, gracias a laxos resultados sobreestimados y a un sistema informacional acobardado. Nuevos cuadros tendrán la oportunidad de escenario: ningún marinero se hizo experto en un mar calmado. Claro, algunos morirán dignamente, otros por desahucio.
Los más ocupados serán los analistas, estilistas y asesores de imagen. Es época de opiniones asalariadas, ya sea pagadas prima facie o con cuentas retrasadas. El rol distraído será de los economistas que brotarán predicciones catastróficas como sarpullido pronunciado. El rol cómico será para los pseudomarxistas y libertarios de teclado: similares en bostezo y en buscar retuits como único recaudo laboral logrado. No obstante, los peores serán los editorialistas dados a sabelotodo: esos que intentan predecir el diecinueve en dos mil caracteres, a puro reacomodo. (O)