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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Diciembre: entre avatares y esperanzas

22 de diciembre de 2015

Este 2015 -ciertamente- ha sido un año de complejidades, en donde el eje económico y las decisiones políticas tuvieron preeminencia en la preocupación de los hogares ecuatorianos. Situación que rebasa la responsabilidad local, ante los imponderables sucesos financieros de repercusión universal, que pusieron en evidencia la crítica situación que atraviesa la humanidad ante las hondas inequidades que devienen -por citar algo- en oleadas migratorias invocando renovadas opciones de vida, aunque aquello ocasione la propia muerte de miles de personas inocentes.

Esta vertiginosa escalada de doce meses concluye con aristas pendientes en el calendario humano, más, cuando se cierra un ciclo cronológico. Así, se puede avizorar una deuda irresuelta sobre los daños proferidos al medio ambiente y la falta de respuestas contundentes por parte de los gobernantes de turno. Por eso adquiere trascendencia la encíclica del papa Francisco relacionada con la preservación de la “casa común”: “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos (…). Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados, no solo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas”.

Es el momento oportuno para exhortar al mundo que la solidaridad sea huella palpable en el camino fijado. La cultura del descarte -tal como lo define el máximo representante de la Iglesia católica- se impone en una sociedad veloz y voraz en sus cauces consumistas. En esta temporada se evidencia un insaciable intercambio de bienes y productos que desdicen la esencia navideña. La frivolidad y el despilfarro se adueñan de una festividad que debería encauzarse en otras simbologías que se acerquen a la ternura y a la fraternidad. Es inexcusable redescubrir -en la familia, en la escuela, en el barrio, en el trabajo, en el gremio-, el significado cardinal de la celebración de Navidad.

Hay que vencer aquella cultura del egoísmo -descrita por Frei Betto-  que aturde los sentidos y la riqueza espiritual del hombre en perjuicio de los demás.

La corrupción en esferas del poder, las guerras, el fundamentalismo religioso, el tráfico humano, el negocio ilegal de drogas, son elementos de un entramado social que despoja la esperanza desde duras realidades no ajenas a mezquinos intereses, impotencias y pesares.     

El tiempo que nos ha correspondido transitar -lleno de avatares y anhelos- también tiene como opción revertir las dificultades como tarea fecunda en lo venidero, en donde haya razones suficientes y excelsas de existencia comunitaria. (O)

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