No son negociaciones entre Gobierno y FARC, sino diálogos en busca de una paz con justicia social, que se llevan a cabo en el extranjero desde hace 8 meses, sin cese al fuego, en tres etapas, pero lamentablemente, sin incorporación del ELN ni representantes de las víctimas.
La primera etapa, exploratoria, se adelantó secretamente en Cuba y culminó con la firma de un Acuerdo General que estableció la agenda de 5 puntos; la segunda se inició en Oslo y continuará en Cuba, para llegar a acuerdos sobre la agenda. La tercera partirá de la firma del Acuerdo Final para definir el fin del conflicto armado y la integración de la guerrilla a la vida civil.
En Oslo hubo dos discursos inaugurales, conciliatorio y explicativo del proceso, el de Humberto de la Calle, representante del Gobierno; beligerante, con verdades de a puño, el de Iván Márquez, a nombre del Secretariado de las FARC.
El discurso fariano fue como para hace 48 años, después del bombardeo de Marquetalia, cuando eran autodefensas campesinas, víctimas de la obcecación del presidente Guillermo León Valencia. Las estadísticas que presentó Márquez venían incubándose desde entonces, cuando era creíble su lucha. Ahora, la guerrilla falta a la verdad, esencial para el diálogo, al presentarse como víctima inocente y relegando al olvido a sus víctimas.
Errada estrategia, desprestigiadas como están por sus violaciones de lesa humanidad, secuestros, narcotráfico que todo lo corrompe, que no son simples avatares de guerra. Márquez perdió la oportunidad de llegar al corazón del 98% de los colombianos que los rechazan y se apresuró al adelantar el debate sobre el modelo económico que no está en la agenda.
Si bien tiene razón en querer “sentar al neoliberalismo en el banquillo de los acusados” y llamar “verdugo de pueblo” al modelo neoliberal, que ha implosionado en todo el mundo en medio de una crisis sistémica. Sin duda habrá que hacer “modificaciones estructurales al injusto andamiaje sobre el cual se erige el régimen político colombiano", sin las cuales no habrá paz. Podrá ser su programa cuando dejen de emular al terrorismo estatal y al paramilitarismo que denuncian.
Por ahora la guerrilla tiene otros retos, ante todo hacerse creíble, dando la información sobre los secuestrados aún en su poder que reclaman sus familiares, devolver tierras usurpadas y anticipar una catarsis que los redima para la etapa que pretenden emprender en la política después de dejar las armas. Dejar el negocio de las drogas será el “limus test” de su voluntad de servir al pueblo.