Luego de que han transcurrido más de 120 horas del año nuevo, 2020, creo que hay una interrogante que es común en buena parte de los ecuatorianos y que crecientemente nos está “martillando” la conciencia: ¿Cómo mejorar “lo que tenemos”? Recuerdo que una amiga me dijo una vez: “con voluntad, y desde luego un empujoncito divino, todo es posible. Pero recalco que esta voluntad también requiere ser hábil para persuadir”. De ahí que, mi diagnóstico general sobre la administración gubernamental del país, desde mayo de 2017, está en función de una fortaleza y una debilidad, donde lo primero ha sido (y que fue un acierto, ya que todo era conflicto y suspicacia) la priorización en gran medida de la cultura de diálogo; mientras que lo segundo ha sido (y que viene a continuación de la cultura del diálogo: la cultura del acuerdo consentido, vía la practica de la persuasión) la falta de velocidad y de tiempo para la consecución del “gran consenso nacional”: diálogo con todos, que estimo lo ha habido; y consenso previa persuasión, que considero ha faltado, quizá por temas más de fondo como el contar con pocos elementos humanos con recorrido en cuanto a negociación y persuasión, o tal vez por temas más de forma como el ceder al ritmo impuesto por quienes detestan dialogar, restando tiempo a las tareas post-diálogo. Creo que el presidente Moreno comprende y es consciente del arte del consenso vía persuasión y de todo lo que implica aquello (por ejemplo, interesarse con sinceridad por quien se opone; o, empatía y partir de “lo común” para reflexionar en “las divergencias”, y evolucionarlas mas no descartarlas). El reto para los demás (colaboradores del gobierno, burocracia, miembros de las organizaciones políticas y, también, gobernados) está en que “hablemos un mismo idioma”, que va más allá de lo discursivo, a lo pragmático. Gran reto, ¿verdad?
Lo dicho no es fantasía. ¿Desea ver su aplicación? Por citar: sostenibilidad del IESS. Ya hablaremos de ello. (O)