Con esta pregunta nos recibían antiguamente las madres y también muchos padres cuando regresábamos de la escuela y existía la costumbre de dialogar sobre lo ocurrido en las aulas de clase, cuando la mesa del almuerzo o de la cena se llenaba del bullicio de la familia conversando.
Ese genuino interés de los padres por saber cómo les ha ido a sus hijos en sus clases, la necesidad del diálogo, que no es un proceso inquisitorial, sino más bien de ayuda, de soporte, va perdiéndose en medio del tráfago de la actual vida cotidiana.
La mediatización que las relaciones humanas tienen por la presencia de una serie de adminículos tecnológicos, quita también esa espontaneidad tan necesaria, que fortalece los vínculos y que hace que los padres puedan prevenir situaciones graves en el futuro.
El acoso escolar, la violencia, los casos de violación, todo ello podría prevenirse o al menos pararse en estadios más tempraneros si el diálogo es parte de la canasta familiar básica diaria, si en algún momento del día, aquel que sea más compatible con la diversidad de agendas de los integrantes de la familia, se hace una pausa y se conversa.
Para ello, todos los integrantes de la familia deberían hacer a un lado los teléfonos celulares, las computadoras personales, los aparatos de televisión y prestarse atención mutua unos a otros, solo así garantizamos la efectividad del diálogo y la comprensión de lo que el otro dice.
La necesidad de conversar es imperiosa, las familias están perdiendo, sobre todo en los últimos años, ese recurso maravilloso, que puede estar al alcance de todos, sin excepción.
La mesa es un lugar ideal para entablar conversaciones, al comienzo puede parecer extraño si no se ha cultivado la costumbre, pero es -sin lugar a dudas- un remedio o un mecanismo de prevención fundamental en las relaciones de los padres con los hijos. (O)