Historias de la vida y del ajedrez
Di tu palabra y hazte pedazos
Uno de los grandes personajes de los EE.UU. es un desconocido. Y no por falta de méritos, sino por todo lo contrario. Su apellido, ¡qué ironía!, era Washington. Se llamó Frederick Washington y más tarde fue conocido como Frederick Douglass.
Aunque afirman que nacemos iguales y libres, Douglass nació esclavo y fue separado de su madre y vendido cuando tenía 7 años. Un día llegó a la casa de una mujer blanca llamada Sophía Auld que recordó que su propio nombre significaba ‘sabiduría’ y decidió jugarse la vida por aquel niño. En ese entonces los negros que aprendieran a leer y los que les hubiesen enseñado, eran condenados a muerte. Sophía, su ama, le enseñó el alfabeto.
Después, Douglass buscó a niños blancos para que le enseñaran, y les pagaba con el pan de su propio sustento diario: “Mejor morir de hambre, que de ignorancia”, decía Douglass. Más tarde fue vendido a un esclavista apodado ‘Triturador de negros’ y de él recibió, durante años, palizas que lo dejaron despedazado psicológicamente.
Douglass escapó de su amo, consiguió una identidad falsa, llegó a otro estado en el cual era libre, creó su propia escuela para enseñar a los negros, se convirtió en un famoso escritor y abolicionista y era buscado para dar conferencias.
Cuando tenía 23 años, Douglass fue invitado por un grupo de damas blancas de Massachusetts a pronunciar el discurso de Independencia del 4 de julio. Con las piernas temblorosas, pero con voz firme, Douglass dijo, entre otras, estas cosas:
“Perdonen que pregunte, ¿Por qué quieren que hable? ¿Qué tenemos que ver los negros con esta fiesta? ¿Alguna vez han pensado en que la libertad y la justicia, de su Declaración de Independencia, sean también nuestras?
La celebración de su independencia solo muestra nuestras diferencias. Ustedes disfrutan de libertad. Nosotros lloramos la esclavitud. Todavía estamos atados a cadenas y ustedes quieren que lleguemos, de rodillas, a celebrar la libertad. Esta es una celebración sacrílega e inhumana. ¿Me piden que hable, acaso para burlarse de mí? Esta es una farsa grandilocuente, una fiesta de vanidad inflamada, carente de corazón, una burla inmisericorde, con desfiles religiosos, oraciones, himnos y sermones. Es la fiesta de la hipocresía, vergüenza de cualquier nación. En un momento no bastan los argumentos. Necesitamos la ironía convertida en fuego. Necesitamos la tormenta, el torbellino, el terremoto. La hipocresía de la nación debe ser desnudada. Y todos los crímenes que se han cometido contra el ser humano deben ser denunciados”.
Ese era Frederick Douglass, un hombre inmenso, intenso y desconocido que, además, declaró: “Ustedes han visto a los seres humanos convertirse en esclavos. Ahora verán a un esclavo alcanzar su libertad”.
Acá el peón negro también se transforma.
Y lo hace con sacrificio: