No existe una investigación integral sobre la historia de la deuda externa de Ecuador. Hay notas periodísticas, documentos incompletos y reseñas que harían llorar a la mayoría de los ecuatorianos.
La deuda externa de Ecuador data desde el período colonial y la independencia hasta nuestros días. Constituye un estigma para sus ciudadanos, quienes muy pocas veces o nunca recibieron una rendición de cuentas completa por parte de las autoridades que, a su tiempo, tomaron decisiones y comprometieron el bolsillo de los congéneres.
Calificada por algunos actores como deuda odiosa e ilegítima, estas obligaciones marcaron para siempre la política ecuatoriana. De moratoria en moratoria -no pago por falta de recursos-, Ecuador, desde 1830, se dedicó a pagar los intereses, mientras la deuda principal fue el nudo gordiano de todos los gobiernos; es decir, impagable.
Esta decisión es patética: el 14 de marzo de 1896, Eloy Alfaro, jefe supremo de la República, dispuso: “Suspéndase el pago de la deuda externa hasta que se obtenga un arreglo equitativo y honroso con los tenedores de bonos”.
Pero a inicios de la década del 70 el boom petrolero cambió la estructura económica del país y comenzó, paradójicamente, el endeudamiento agresivo. Para pagar las obligaciones del endeudamiento externo, el país debió acudir varias ocasiones a los organismos financieros internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Un hecho histórico sucedió en 1976, cuando, en plena bonanza petrolera, y después de más de 160 años, Ecuador pagó la deuda inglesa que hizo posible la construcción del ferrocarril.
El denominado “dinero fresco” salvó a gobiernos y hundió la economía popular. En las graves crisis económicas -detonantes de las crisis políticas- la deuda externa ha estado omnipresente.
Y en este tráfago el país afrontó de todo: sucretización de la deuda privada que pagó el Estado; numerosas emisiones de bonos; dolarización, intercambios de deudas viejas por nuevas, nuevas cartas de intención y aplicación de recetas del FMI, que la convirtieron en deuda eterna. (O)