Era de prever que un millonario prepotente, protagonista de programas de telerrealidad, conocido por su desbordado interés de culto hacia su persona, tristemente célebre por ser dueño del concurso de “Miss Universo”, notable por ocultador de impuestos y acusado de quiebras fraudulentas, habría de ser un pésimo Presidente de los Estados Unidos de América. En efecto, lo previsible se ha confirmado. Ha sido un pésimo Presidente, cuya arrogancia y vanidad le ha impedido manifestar un mínimo sentido de empatía hacia los inmigrantes latinos para quienes construye el muro de la infamia y contra quienes practicó la inhumana decisión de separar a padres e hijos que ha dado lugar a que más de 500 niños perdieran a sus padres.
Ha sido un pésimo Presidente cuya arrogancia y vanidad le ha impedido expresar, con un mínimo de sentido humanitario, la condena por las innecesarias y violentas muertes de afroamericanos desarmados por parte de fuerzas policiales racistas. Ha sido un pésimo Presidente cuya vanidad, arrogancia y materialismo desbordado le ha permitido apreciar mucho más el sostenimiento de unos pocos puntos porcentuales de los valores del mercado bursátil que la vida de 250 mil estadounidenses abatidos por el covid 19. Un Presidente cuyos dislates y desaciertos han sido innumerables, no sólo en el frente interno sino también en el ámbito internacional.
Lo insólito es que haya 70 millones de electores, el 47% del total, que hayan votado por él. Ello demuestra que en todo el mundo el votante promedio carece de capacidad de análisis siendo susceptible a la propaganda tendenciosa y malévola, al engaño populista y a la mentira sistemáticamente reiterada.
El triunfo de Biden es inobjetable. No obstante, con su personalidad narcisista, Trump, incapaz de aceptar la derrota, recurre a los más vergonzosos y contradictorios artilugios para no reconocer el triunfo de Biden. En esta actuación de teatro barato le acompañan los más conspicuos personajes del partido Republicano como el Presidente del Senado, McConnell y el ex alcalde de Nueva York, Giuliani, este último haciendo el ridículo cuando con ojos desorbitados y sudando tinte de cabello denunciaba, sin pruebas, pero con histrionismo y mal gusto, un inexistente fraude electoral. La descarada maniobra de Trump y sus adláteres no prosperará. Finalmente, la institucionalidad prevalecerá. (O)