Destruir una estatua no es reivindicar nada ni reescribir la historia. Lo sucedido en esta semana en Quito con el intento de echar abajo la estatua de Isabel La Católica, reina española en el tiempo de la conquista, son hechos que causan repulsa y nos llevara la reflexión.
A los eventos de la historia se los puede alabar, criticar o reescribir. Pero demoler o intentar demoler una escultura que corresponde a un momento histórico en la vida de los habitantes de Quito, cae en otro escenario que es el del vandalismo, que no se debe confundir con el derecho a la resistencia, derecho de nueva data en nuestro ordenamiento jurídico, lastimosamente mal interpretado.
Si Quito fue el escenario del primer grito de la independencia americana, no puede ser que ahora se haya convertido en el escenario del bandolerismo por parte de un grupo de ciudadanos que no representan a la mayoría del pueblo ecuatoriano, tanto más que hoy por hoy hablamos de plurinacionalidad e interculturalidad reconociendo la diversidad cultural.
Y es que los autores intelectuales y materiales no se han dado cuenta que detrás del monumento está el escultor. Es él quien está siendo atacado más no el personaje que representa la escultura, como tampoco han reparado creo, en el origen del artista o artesano que la hizo, que bien pudo haber sido indio, mestizo, blanco o cholo, como se lo quiera llamar al creador de ese ya bien patrimonial de la nación, pues hay que recordar que nuestra América es Morena como dijo el poeta, Chola y Mestiza.
De acuerdo a la Ley Orgánica de Cultura, el patrimonio cultural tangible puede ser artístico, arquitectónico, contemporáneo, en el que se inscribe la estatua de la reina y de la mano con el Código Orgánico Integral Penal ya hay suficientes argumentos para iniciar una investigación por la tentativa de destrucción de un bien que forma parte del patrimonio cultural del Estado. Y sin que ello nos reste el sentido crítico frente a los hechos de la historia.