En pasados días, en un diario porteño caracterizado por su encarnizada oposición al presidente Correa, un columnista obnubilado por esa misma causa y bajo un titular de reminiscencias bobinas solventó la idea -recurrentemente sostenida- de la ausencia de líderes en las filas de la oposición partidista al régimen de la revolución ciudadana.
Empecinadamente y asumiendo una condición de fiscal y juez, el periodista en su escrito impartió justicia y entregó su veredicto sobre los presuntos pequeños caudillos que corresponden a los protagonistas electorales de los próximos años y que según él pertenecen “a la misma generación política de Rafael Correa”, afirmación que no sabemos si la realiza con el peregrino pensamiento de ligar el talento político con los años de nacimiento o porque en su inconsciente quisiera deshacerse de los viejos patriarcas de las camarillas partidarias que muchas veces presumió conocer muy bien.
Y así entonces a: Vera, Martha Roldós, Páez, Villavicencio, Herrería, Montúfar, Tibán, les endilga la única virtud, el esfuerzo de enfrentarse al Gobierno Nacional, pero les encara todos sus defectos y hasta pecados capitales como la vanidad y la pereza.
En el listado inquisidor menciona a colegas del oscuro oficio de la desinformación y promete entregar otros nombres de personajillos anidados y fusionados en la insolente desfachatez e inmoral negación de la asonada fascista del 30 de septiembre de 2010.
Pero realiza una poda divertida de políticos como el alcalde de Guayaquil o presuntos candidatos presidenciales como Acosta, Moncayo, Larrea o el marchista Pérez, que seguramente suman más feligresía que todos los nombrados en su antojadiza lista.
Y aunque para la mayoría de sus lectores la comicidad evidente de querer plantear una suerte de unidad de una “manga “ de oportunistas y ambiciosos de todos los pelajes suena a tarea imposible, en cambio les ha mostrado la profunda debilidad de raciocinio de quien quiso y fracasó en su intento de ser el “gurú” de la política nacional.
Empero, para otros el hecho editorial produce una profunda tristeza y desazón, pues proclama una angustia existencial y política de proporciones generadora de derrotismo.
La quimera ambulatoria ostensible en los acertijos electoreros, estampados en el artículo periodístico de marras, implica un estado confesional penoso y preocupante.
Las turbias maniobras de la desestabilización de las nuevas instituciones del Estado nos demuestran hasta la saciedad que los opositores no son capaces de distinguir entre mediocridad e inteligencia, entre gallardía y mimetismo, entre la verdad y la falacia, y entre el destete y la simbiosis ideológica.