Hace 22 años la palabra homosexual era casi una mala palabra en Ecuador. ¡Sí señora, sí señor! Es absurdo para los jóvenes de hoy, pero para mucha gente entre los 40 a 60 años el solo pronunciarla suena abominable o pecaminoso aún. Son taras mentales que muchos humanos se inculpan por un estigma histórico que está muy apegado a mitos y tabúes absurdos.
Ecuador conmemora lo que algunos activistas y organizaciones de lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexo han denominado el Día Nacional de la Diversidad Sexo-Genérica; que homenajee no solo a los humanos que por siglos hemos sido discriminados y asesinados, física, psicológica, intelectual, social e institucionalmente por ser y sentir distinto a una norma establecida religiosamente y extendida a lo social y legal.
En Ecuador, el capítulo se “cerró” el 27 de noviembre de 1997, en el Tribunal de Garantías Constitucionales; entidad que, tanto en esa época como en la actualidad, ha hecho más por la garantía de DD.HH. de las personas LGBTI que organismos del orden democrático-republicano, como la Asamblea Nacional o las cortes de justicia.
No hubo que lanzar piedras, quemar llantas, hacer barricadas o quemar edificios públicos que sistemáticamente han negado derechos en un Estado laico, con pronunciamientos religiosos en sus respuestas a las demandas de reconocimiento y ejercicio de igualdad. Lo siguen haciendo, 22 años después, funcionarios de segundo o tercer escalón en su abuso de poder.
Aún ponemos muertos, acosados, estigmatizados, jóvenes que se quitan la vida o ciudadanos tratados como de segunda categoría. Sin embargo, sigue ganando terreno la razón. Es imparable. La visibilidad y empoderamiento LGBTI no tienen freno, y su participación en esta democracia y su desarrollo también nos pone en el tren del futuro. Deberán entenderlo el poder político y sus actores, sean de derecha, centro o izquierda. (O)