El país ha abandonado a sus niños y niñas a su suerte, la desnutrición infantil ha subido sistemáticamente desde hace más de una década, es decir ha atravesado a gobiernos autodenominados progresistas, así como a los neoliberales, tanto da.
Hoy, según datos de la UNICEF, uno de cada cuatro niños y niñas menores de cinco años sufre desnutrición crónica; y en las comunidades indígenas la situación se agudiza porque uno de cada dos niños la padecen.
Con esos datos estamos asegurando una situación de mediano y largo plazo de subdesarrollo en el país. El problema de la desnutrición infantil, sin embargo, no se soluciona de forma tan simple como un vaso de leche. Los expertos están de acuerdo en que es un problema multicausal e integral, que se relaciona con el acceso al agua potable, la inequidad, el círculo de pobreza, entre otros.
La desnutrición infantil causa impactos directos sobre el cerebro, las capacidades cognitivas, la estatura de las y los niños, esos impactos son de carácter irreversible, por ello la sociedad entera se afecta, de ahí que resulta más barato y equitativo solucionar esto a tiempo. Sin embargo, en un país como el nuestro, podrido de corrupción, los niños no importan. Las prioridades han sido otras, como constatamos cada día.
Se requieren acciones de gran impacto sobre población de escasos recursos, no solo se debe actuar con nutrientes para los niños, sino potenciar a la familia y su entorno para que pueda proporcionar a sus hijos un correcto desarrollo físico e intelectual.
Al menos un acuerdo de consenso nacional debería ser atender a esas niñas y niños ecuatorianos en situación de desnutrición crónica y a sus familias, desde un enfoque integral y de equidad. Parece absurdo tener que plantearlo, ya debería haberse puesto como un tema vital dentro de la reciente campaña electoral, pero no lo fue, y la solución del vaso de leche no va a alcanzar para lograr nada importante, dada la complejidad del problema y sus alcances.