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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

Desnudarnos para progresar

29 de mayo de 2023

Una vez más, en menos de 6 meses las ecuatorianas y los ecuatorianos deberemos acudir a las urnas para -ideal- depositar la confianza -brindando el voto- a una de las personas que en ese momento tengamos frente a la papeleta (poco probable que la misma no resulte ser una “sábana”, pensando en el nutrido número de candidaturas). Sí, de nuevo cada uno de nosotros tenemos que ejercer nuestro “derecho” constitucional de elegir (realmente es una obligación en razón de que el no acudir implica, a más de ganarse la correspondiente sanción económica, el que se nos prive de realizar trámites públicos y privados al no contar con el bendito certificado de votación); aunque, en esta ocasión, realizaremos dicho acto democrático en el marco de circunstancias extraordinarias (donde la finalidad está en que la persona que sea electa ejerza el poder por el tiempo que falta para las próximas elecciones generales de carácter presidencial y legislativas).

Ahora bien, gracias al buen Dios he tenido la oportunidad de dar un vistazo con detenimiento a varias realidades políticas, a más de la ecuatoriana. En la mayor parte de los casos empíricos en los que he estado involucrado, se observa que existen algunas(os) candidatas(os) que se muestran ante el gran elector en campaña (o tiempo antes) de una manera, y luego, especialmente al obtener el respaldo ciudadano y consecuentemente la victoria electoral, “se olvidan” de cómo se comportaron antes del triunfo, para ahora actuar de otra manera; lo segundo lamentablemente significa tener a una persona que ejerce un espacio de representación popular pero que denota una actitud antipática a formas de interacción directa para con el pueblo.

Personas que, por ejemplo, si antes “se abrazaban hasta con los que no conocen” aunque aquello implique ocupar varios minutos de su tiempo, hoy por “tema agenda” (con suerte) le miran y le hacen un gesto con la mano, claro está ante la respectiva separación de varios metros de distancia gracias al “ingenioso personal de protocolo que son muy creativos para ubicar barreras”. Es decir, se vislumbra a personas políticas o políticos que usan el disfraz de ‘humanos’ únicamente para satisfacer sus intereses personales (principalmente ganar el cargo), y luego dejar ese disfraz y ser lo que siempre fueron: personas seducidas por la arrogancia y con heridas emocionales, que están dañados por los episodios duros que atravesaron en el pasado y que, a manera de bálsamo, al tener ahora la oportunidad de “desahogar”, lo realizan para así repetir el perverso patrón.

Ciertamente, por decencia y rigurosidad debo esgrimir, hay excepciones a la regla: políticas y políticos de bien, decentes, honorables, que vienen de familias dignas. Sin embargo, creo que cada vez esas y esos políticos disminuyen en cuanto a su presencia en la contienda electoral, en vez de aumentar, casi casi estando “en peligro de extinción”

Desde lo general, en los días previos al arranque del proceso electoral, es común observar a varias políticas(os) dar el primer paso y usan las redes sociales para proclamar a la sociedad: “aquí estoy”. Luego, usted evidencia que una o varias organizaciones políticas deciden auspiciar a una o varias de esas políticas(os) que dieron el primer paso.

También puede darse que ciertas organizaciones políticas anuncian a una candidata o candidato, pero esa persona no deviene de sus propias filas, sino que proviene de otra tienda política, desde la sociedad civil, o inclusive desde el ámbito de la comunicación con exiguos conocimientos en administración pública, ciencias políticas o finanzas estatales.

En ambos casos, tan solo son preguntas: ¿Qué ocurre con quienes integran las bases del partido o del movimiento cuando observan que se le da la oportunidad a una persona “que recién aterrizo”, y a ellas y ellos que llevan bastante tiempo, solo se les toma en cuenta (en el mejor de los casos) para flamear banderas, para apoyar a que las masas concurran a los mítines, o para ser ubicadas en los últimos puestos de las papeletas electorales? ¿En qué momento el ‘culto a la personalidad’ pasó a ser lo más importante al grado de que el primer hecho que genera inquietud y ‘da de qué hablar’ es que una persona exponga su intención de ser candidata(o), en vez de que imperen los principios ideológicos, la ética y las propuestas de construcción de patria de las organizaciones políticas? Reitero: son solo preguntas. De ahí que, a modo de mostrar el trayecto para la respuesta a las interrogantes propuestas, considero que en sociedades como la ecuatoriana la dirección está en la crisis del sistema de partidos políticos.

Sin pretender ser vanidoso, ni tampoco buscar que se perciba al suscrito como ‘superior’ a otra persona, porque no lo deseo ni anhelo, debo decir que he dedicado tiempo y esfuerzo para leer mucho, y asimilar la mayor parte del material de fondo del que he podido tener acceso. Es por eso que estimo que hay varias políticas y políticos que consideran que en los gobernados hay escaso pensamiento crítico, que se destina muy poco tiempo para evaluar la narrativa (ofertas de campaña), que es difícil el evaluar discursos y las apariciones públicas sobre la base de soluciones a los nudos críticos de hoy en día; y asumen como premisa que las y los electores quieren a un(a) candidato(a) que les sea simpatíco(ca), y que se quede en el ‘qué’ (lo coyuntural) y no en el ‘cómo’ (lo estructural).

En buen romance, algunas políticas y políticos asumen que los gobernados se inclinan por escoger políticos en la medida en que hayan demostrado capacidad para actuar con el hígado, para ser reaccionarias(os), y para enfrentar y responder a sus adversarios políticos. La otra cara de la moneda está en los electores; desde la ciencia política normativa (el deber ser), los votantes deberían tender a propuestas realistas, sensatas, que garanticen resultados concretos en el corto, mediano y largo plazo; y el depositar la confianza en aquella persona con equilibrio emocional y mental, que provenga de una determinada organización política desde las bases (que sea ‘de calle’ y, consecuentemente, que ‘conozca la calle’), y que se le haya brindado la oportunidad dentro de la organización política por su estilo de liderazgo, su capacidad resolutiva, y sobre todo su calidad como humano y su habilidad de tratar con la gente. No obstante, todo apunta a que quienes votamos nos inclinamos o por la persona, o por quienes le auspician (sea moral o económicamente hablando), y, en menor grado o tal vez con mínima importancia en función de la organización política que promueva a la persona candidata(o). En suma: la elección del gran elector es subjetiva, y hasta sentimentalista. Triste, pero cierto.

Con mucha pena debo manifestar que la clave para seguir sin progresar ha estado y está en nuestra incapacidad para apreciar el aroma de quienes conectan con las personas pero de forma simulada, temporal, no real. No estamos percibiendo quién tiene arte pero para la ilusión.

En términos sencillos, aún no podemos darnos cuenta de quiénes se presentan a los procesos electorales vestidos y quiénes se presentan desnudos. ¡Y, al parecer, hemos estado escogiendo vestidos! Recuerdo tanto las palabras del estratega político mundialmente reconocido, Antonio Solá, quien hace ya varios años atrás ha venido clamando a la humanidad: “¡Necesitamos en la política y especialmente en la vida personas líderes pero con corazón, personas que sean humanas de verdad, que decidan cambiar para bien desde su posición, que se den esa oportunidad, que lo hagan de verdad y así podrán cambiar al mundo para brindar mayor bienestar!” ¡Y cuánta razón tiene! Hay políticas y políticos que no se muestran desnudas(os), y simplemente aparentan ser cercanos, ser empáticos, o interesarse por los votantes, en especial por quienes la están pasando mal.

Desde tiempo antes de la campaña electoral los vemos “gastando suela de zapato” en las calles, deteniéndose a hablar con las personas en una calle, o hasta contestando su propio celular a personas desconocidas. Pero, horas después de ser reconocidas(os) por la autoridad electoral como ganadores de una elección popular, son otras(os), donde demuestran que “los electores” les generan “mal olor”. 

Con mucha pena lo asevero: ya he conocido y sigo conociendo personas con la conducta aquí referida. La realidad permite cuestionarnos, quizá: ¿Por qué les dimos el voto? Es verdad que la elección de una persona a través de sufragio universal equivale a también escoger a la personalidad, con sus luces y sus sombras, como todos; ya que es humanamente imposible desdoblar a un individuo.

El quid está en que desde el primer momento las personas se muestren desnudas en el sentido de su grado de cercanía (o alejamiento) para con la ciudadanía, en su preferencia por ‘unos cuantos’, a modo de sectarismo, o por ‘las grandes mayorías’, en su atracción por los lujos o en su pasión por darse y brindar su tiempo a quienes lo solicitan, sin restricciones, sin “asistentes de asistentes (que muchas veces privilegian a sus amistades)”, en especial a los excluidos, marginados, y quienes están en desgracia. Y es que hasta que no exijamos como sociedad que se muestren desnudas(os), estaremos imposibilitados de elegir correctamente (de poder decidir que nos representen personas con calidad humana, que tengan corazón, que sientan aprecio absoluto por sus pares, al punto de privilegiar su atención en su agenda de trabajo)… Sólo así estaremos en mejor predisposición para progresar.

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