La memoria personal, esa ingrata que nos abandona con el tiempo sin hacer mucho ruido, es la función cerebral que registra el pasado, a manera de repositorio de vivencias para afrontar el presente y proyectar el mañana; según la neurología, la memoria en forma de recuerdos es evidencia de aprendizaje y conocimiento.
Borges lo poetizó así: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. También hay la memoria colectiva o social, como producto de la historia compartida de la nación.
El olvido, en cambio, es la pérdida o ausencia de memoria, que extrapolado al campo político puede condenar a la sociedad a repetir incesantemente sus tragedias. Desmemoriados, los hay de conveniencia y de naturaleza; preocupado por el país, me refiero a los primeros, esos seres indeseables programados para recordar solo lo que les conviene, están por todas partes añorando solamente cosechar a costa de los demás.
Nos preparamos para las elecciones de 2021 y hay feria de candidatos; abundan quienes intentan desmarcarse de su pasado para mostrarse ocasionalmente como impolutos adalides de las libertades y la justicia, justicieros de lo público y de los pobres, demócratas censores del abuso de autoridad; pero sabemos que en otro momento esos oportunistas celaban a rabiar “el proyecto”, vitoreaban los excesos del poder, la picardía y la manipulación; son lobos con piel de oveja capaces de capitalizar la desesperanza de millones que sobreviven sin trabajo, sin fe, y con carencias para repartir.
Parafraseando a W. G. Sebald: cuidado con la autoanestesia y la falta de sensibilidad moral de la comunidad; pasemos de la comprensión social de la desgracia a la comprensión social de la felicidad. Es el camino lógico a seguir, pues todos somos víctimas del saqueo a la nación; un futuro con historia, memoria y sin impunidad es el que nos espera si no negamos ni olvidamos un pasado funesto de la patria. (O)
Más vistas en Articulistas