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El Telégrafo

Desde las vísceras

26 de julio de 2011

Que ofrecieron rectificar, dicen; que semejante ofrecimiento fue rechazado, se parapetan. Queda claro que el sarcasmo se montó para eso, para victimizarse.

A esa infantil postura -los de la cuarta generación nunca aprendieron a manejar un medio importante- se han sumado los de siempre, que con todos los medios que manejan a su antojo quieren hacer cargamontón a ver si Correa se quiebra.

No lo conocen, a lo largo de estos cuatro años y medio ha quedado claro que se trata de una persona decidida, sobre todo, a enfrentarlos.

Los herederos entregaron el manejo del diario a una persona visceral. Claro que se puede tener una política editorial que combata un proyecto de poder ajeno, pero también la historia dice que hay que hacerlo con inteligencia y lealmente.

Dos cosas que Palacio ya no podía desarrollar por el odio profundo que Correa, y todo lo que a él le resulte cercano, le despierta.

Ya es una cuestión que se fue de las manos, imposible gobernar. Palacio desde hace mucho optó por los adjetivos, al tiempo que los ojos se le desorbitaban, agitando nerviosamente las palabras y las manos.

Ahora parece que están a la caza de cualquiera que tenga algo terrible que decir. Eso se publica, eso se destaca.
Es malo, por principio, tener que demandar a un medio, peor desde una posición pública y de poder.

Sí, no debió pasar. Estamos en la primera instancia, con la apelación y posterior desarrollo de la causa, quién sabe a dónde irán a desembocar las cosas.

Creo que es muy prematuro hablar de esta sentencia primera. Puedo, eso sí, sumarme a los que creen que Palacio desbordó todos los límites, que lo suyo merecía una reacción rápida: el ofrecimiento de disculpas. Nadie lo hizo, ni él ni el medio.

Que se pusieron a jugar, a medir fuerzas, prevalidos del antiguo poder de El Universo y abandonaron la sagacidad, la investigación, la responsabilidad y la verdadera valentía que un medio utiliza cuando de cosas mayores se trata.

El “dictador”, que ha cometido crímenes de lesa humanidad, ha perdido casos judiciales como el del 30 de septiembre; al dictador no podemos enrostrarlo con personas presas, desaparecidas.

Por más que se afanen en construir un teatro de deterioro de las garantías personales en nuestra sociedad, por más que eso quieren vender al mundo exterior y existan, incluso, “compradores” como el guatemalteco Marroquín, la realidad dice otra cosa: vivimos plenamente las garantías que esta precaria democracia le ofrece a las mayorías pobres de nuestro país.

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