Nadie dijo que sería fácil y, de hecho, no lo es. La separación de Lenín Moreno del libreto correísta sorprendió a muchos de los que formaron parte de la mitad más uno de sus electores. Anhelaban la continuidad de la Revolución Ciudadana con su lista de aciertos, pero soslayando la concentración de poderes, el dispendio de recursos, la ligereza en su control y el consecuente silencio fiscalizador. Otros avizoramos la lógica y sana demarcación con sus predecibles dificultades, aquellas que tienen al país empantanado, en un forcejeo político y con la economía secuestrada, o sea, el correísmo tratando de sobrevivir y bloquear la impronta de Lenín Moreno.
Secreto a voces lo ocurrido en la Corte Constitucional y la consulta, una lucha feroz en torno al aval de dos preguntas que despejarían el derrotero de este Gobierno, una de ellas para extinguir la posibilidad del “correazo” a futuro, y, la otra, que exorcizaría al Consejo de Participación y sus demonios, rescatando las designaciones de nuestras autoridades de control.
Sin embargo, la pugna se cortó legalmente por lo sano y con aprobación tácita llega la convocatoria al CNE, el mismo que ya la agendó y empieza a organizarla, sin que pueda interrumpirla o interferir con esta ninguna autoridad ajena a la electoral, so pena de sanción. Solo resta el inefable CAL de la Asamblea Nacional, férreo candado protector de auditorías políticas a exautoridades que ayudaron a forjar el legado. El viejo régimen se resiste a morir.
Nada raro es que un nuevo mandatario recoja la institucionalidad forjada en el régimen anterior, el problema está en el empeño de una parte de esta para sabotear la nueva gestión. Los guardianes de la fe, aún no destetados, pueden causar que este régimen con el que comparten una misma matriz requiera o reciba apoyos de grupos antagónicos y con obvios condicionamientos. En todo caso, el afectado por este bloqueo político lleno de arrogancia e intereses y que va desapareciendo, es el país, somos nosotros. (O)