El carácter plurinacional e intercultural del país crea un rico y complejo escenario para las negociaciones interculturales. En rigor, la cultura de los llamados pueblos ancestrales ha experimentado un fuerte proceso de secularización en las últimas décadas.
A partir de la década de los ochenta del siglo pasado, la cultura ha sido una de las principales banderas usadas para formular reclamos de democratización económica y política. La utilización política de la cultura ha producido llamativos resultados: en unos casos, rituales, fiestas, iniciaciones o celebraciones, han salido de los espacios íntimos y privados que alguna vez ocuparon en las haciendas o en los espacios de sanación de los yachac o shamanes y se han tomado los espacios públicos. En las fiestas andinas es común que los yachac oficien sus ofrendas en plazas, parques o en lugares adyacentes a las oficinas públicas. Esta es una señal de secularización. Otro resultado es que las distintas nacionalidades hacen más explícitos sus derechos a controlar su capital cultural y a saber qué sucede con los resultados de las investigaciones que se hacen sobre sus culturas y con los productos que salen de estas investigaciones. Hoy es común en las asambleas el rechazo a que aparezcan investigadores, tomen fotos y registren información sin hacer la consulta previa a las propias comunidades. El origen de esta suspicacia es más que justificado: cualquier indígena de viaje ve exhibidos en los estantes de los aeropuertos, libros con sellos de grandes editoriales nacionales o internacionales, con fotos de paisajes de la selva o de indígenas de las comunidades a precios exorbitantes y de los cuales no reciben ni los reconocimientos. Esto crea entre las comunidades la suspicacia de que toda investigación es para el lucro de quien la hace, además de que se les utiliza y se les excluye.
Este proceso se vive en un medio en el cual el racismo sigue siendo práctica común tanto en los espacios cotidianos como en los niveles institucionales. Este racismo está motivando a que entre los pueblos y las nacionalidades aparezcan sectores que proponen aplicar prácticas similares: encerrarse dentro de su propia cultura y negar cualquier diálogo democrático con los denominados “blanco mestizos”. Para que el diálogo intercultural profundice la democracia hay que penalizar el racismo, promover una profunda pedagogía antirracista en todos los estamentos sociales y reconocer que más allá de todos los esencialismos que se les atribuyen a los denominados pueblos ancestrales, la cultura cumple un papel político y económico clave para la inclusión.