Cuando viajo por los pueblitos del Ecuador encuentro con frecuencia bellos monumentos a la madre. La sociedad ecuatoriana la coloca en un pedestal y la llena de virtudes. La madre aparece en los monumentos y en el imaginario como un ser impecable, una mujer sacrificada, dispuesta a dar la vida por sus hijos, paciente, trabajadora, tolerante, cariñosa, comprensiva.
Demasiada carga que llevar para una mujer común y corriente. El rol que la sociedad le da a la madre en ocasiones se contradice con la realidad que cada una de ellas experimenta. Pienso en Ruth y los ocho hijos que tuvo con siete hombres diferentes: cada uno, a su turno, fue abandonado en la casa de los padres de ella para que lo criasen. También me vienen a la cabeza mis estudiantes adolescentes en quienes se podía ver cuán cuidados o no estaban. Valeria, por ejemplo, llegaba a clase empapada de pies a cabeza, pues su madre la dejaba ir a la parada del bus del colegio sin paraguas, sin botas y sin impermeable. Mientras que a su compañera Carolina la madre la iba a dejar y a retirar en automóvil todos los santos días de Dios.
Madres que se sacrifican para sacar a sus hijos adelante. ¿Madres buenas o madres malas? ¿Madres dedicadas omadres ausentes? La mayoría se ve obligada a trabajar y quiera que no se ve impedida de dedicarse a sus hijos como desearía. Las madres jóvenes buscan “encargar” loscuidados a niñeras, guarderías o a sus propias madres. Por ello es indispensable que pensemos, primero, en dejar de exigir a las madres que sean perfectas y, después, explorar políticas para que la sociedad entera ayude a las madres a criar a sus hijos. El proverbio africano lo dice con gran certeza: “Se necesita todo un pueblo para criar a un niño/a”.
Mi amiga escritora me cuenta que –cuando era joven– era tal el encierro que sentía con sus hijos pequeños que decidió trabajar y contratar una niñera para poder salir de su casa y “orearse”. Su sueldo servía para pagar a la niñera. Ella dice que siguió ese otro proverbio: “Mujer, sal a la calle porque la casa embrutece, envejece y nadie te agradece”.
El mito de la maternidad perfecta es una herramienta que utiliza la sociedad patriarcal para mantener a la mujer en un lugar subordinado. Ese mito impregna a muchas culturas, desde la Virgen María del catolicismo, la diosa madre del hinduismo o la Pachamama andina. El ser madre se considera el estado más natural de la feminidad, tildando a la mujer sin hijos de yerma. Y para la mujer que no quiere tener hijos o a la que no le gustan los niños los epítetos se multiplican.
Existe evidencia científica que sugiere que el “instinto materno” puede depender de las circunstancias sociales, económicas e incluso de la salud de la mujer. Para muchas mujeres la perspectiva de tener a un hijo que nunca quisieron o sienten que no pueden criar puede resultarinsoportable. El estudio de 2015 de la socióloga israelí Orna Donath titulado “Regretting motherhood” –Lamentando la maternidad– puso de manifiesto el profundo arrepentimiento que sienten algunas madres después de tener hijos.
En el mismo tono escribe la investigadora mexicana Cristina Palomar Verea: “Convertirse en madre sin cuestionarse las razones o las circunstancias en que una se convierte en madre puede ser fuente de depresión. Vivir una experiencia subjetiva intensa como un embarazo, un parto y una crianza sin desearlos o sin saber enfrentarlosdesemboca en situaciones conflictivas. Por otra parte, la multiplicación de necesidades económicas a raíz del nacimiento de un/a hijo/a, así como la vulnerabilidad que supone la crianza en términos de capacidad, tiempo y energía conducen a condiciones humanas muy difíciles considerando que las mujeres son las que cargan con todo el peso de la maternidad, el cual muchas veces se suma a las dobles jornadas de trabajo”.
Debemos diferenciar el mito de la realidad de la maternidad, y para ello debemos bajar de los pedestales las figuras de la madre. Es injusto esperar que las mujeres sean perfectas sin apoyo económico o emocional. No todas las mujeres están felices de ser madres. Y, cuando discutimos el derecho al aborto, también es injusto que los antiabortistas asuman que tener un bebé siempre será bueno porque el instinto materno aparecerá.
Es indispensable que todos colaboremos para hacer que el cuidado de los niños sea seguro y confiable. Siempre construir comunidad será la forma de lograr que las madres y los niños puedan disfrutar del derecho a la protección. La legislación, las políticas y las instituciones deben encargarse de eso. Por ello, la iniciativa del Municipio de Quito y la Universidad Central del Ecuador de crear un “Quito-Cuna” para los niños de las madres estudiantes de la UCE es una acción pública que merece nuestro aplauso.