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El Telégrafo
Rebeca Villota

La depresión mata

13 de febrero de 2022

Un viernes cualquiera en la noche. Daniela va al cuarto de José, su hijo de 16 años, a darle las buenas noches. No responde. Su mirada se dirige al velador, al paquete de pastillas vacío. Es claro que ha intentado suicidarse tomándose todas las pastillas que el psiquiatra le recetó para tratar la depresión.

José logró salvarse gracias a un oportuno lavado de estómago. La suerte de José no es la de muchos jóvenes ecuatorianos. En 2020 en Quito, el suicidio fue la primera causa de muerte de los adolescentes entre 12 y 17 años y la segunda causa en jóvenes, entre 18 y 29 años, según un estudio realizado por la organización Quito como Vamos.

Las cifras del Ministerio de Salud revelan además que, entre los años 1990 y 2017, el suicidio en niñas y niños, entre 10 y 14 años, se incrementó en 322% y 480%, respectivamente.  Según la misma fuente, más de 1000 ecuatorianos se suicidan cada año.  La mitad de ellos menores de 30 años.

Ecuador se encuentra entre los 10 países con mayor incidencia del suicidio en jóvenes a nivel mundial.

Las cifras representan dolorosas historias de la vida real, mucho más cercanas de lo que pensamos. Experiencias traumáticas de miles de familias que nos obligan a pensar sobre lo qué está pasando con nuestra salud mental. Más aun porque, en la pandemia la situación ha empeorado, más personas han sido diagnosticadas con depresión.

Son algunas enfermedades mentales las que pueden llevar a alguien a suicidarse. Sin embargo, según estudios realizados sobre el tema, en el 80% de los casos, es la depresión la que los lleva a tomar esa decisión.

El estigma de tener una enfermedad mental lleva a la sociedad a ignorar estas dolencias. No hablamos de ellas por vergüenza. Si alguien está deprimido, le decimos que ponga de parte, como si se tratara de un tema de actitud o un estado de ánimo.

La depresión es una enfermedad. Es tan grave que no permite a la persona trabajar, dormir, comer o estudiar. Simplemente es imposible que pueda tener una vida normal. A nivel regional, la depresión es la primera causa de discapacidad. Ecuador se encuentra entre los cinco primeros países en la tabla de discapacidad por depresión.

La falta de empatía y apoyo profesional a las personas con enfermedades mentales les deja con pocas opciones para decidir.

Lastimosamente en Ecuador, las enfermedades mentales y el suicidio son un problema de salud pública, que el sistema está poco preparado para atender.  En el sector privado, muy pocos son los seguros médicos que cubren enfermedades mentales, lo que implica que el paciente debe contar con ingentes recursos para pagarse un tratamiento.

En el sector público, el paciente que acude en busca de ayuda se enfrenta, desde la falta de empatía para tratar esta enfermedad, hasta la falta de una respuesta médica adecuada y oportuna.

Quizás en estas experiencias se encuentra la explicación para que las cifras de suicidio e intentos de suicidio hayan subido alarmantemente en el país. Del 2001 al 2015, 13.024 ecuatorianos se suicidaron.

Las cifras podrían no revelar la realidad, porque muchas veces las causas de estas muertes se quedan en el ámbito privado e íntimo de los más cercanos al enfermo.  Muchas muertes por suicidio no constan en los registros pues no se reporta la muerte como tal, sino como infarto, envenenamiento, cortes, etc.

Las personas con depresión y otras enfermedades mentales viven entre la vida y la muerte. Esta situación requiere de atención inmediata que empiece por difundir información confiable sobre las enfermedades mentales y el suicidio a nivel familiar, en centros educativos y hospitalarios. Es necesario también capacitar a profesores, médicos, líderes comunitarios, entre otros, sobre las enfermedades mentales, las tendencias suicidas y las formas de ayudar.

Existe un documento denominado “Lineamientos Operativos para la Atención a Personas con Intención y/o Intentos suicidas en Establecimientos del Ministerio de Salud”; sin embargo, el incremento en las cifras de suicidios en el Ecuador me hace dudar que estos lineamientos se estén cumpliendo en la práctica.

Hay que constatar que lo que está escrito sea una realidad. Las políticas pueden ser claras, pero sin recursos no sirven para nada. No podemos permanecer indiferentes ante estos signos evidentes de alarma.

 

 

 

 

 

 

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