El pasado 23 de enero en este espacio, publicamos “Democracia vs. Demodesgracia”. El covid-19 era, todavía, un problema de China y Corea del Sur. Estaba un poco lejos de nosotros. Pero aquello no era más que refrendar de lo que veníamos analizando desde hace años. Con el coronavirus, llegó la necropolítica, cuyo único sistema de gobierno posible es la demodesgracia. Lejos de la independencia de las instituciones y con las libertades individuales cercenadas en función de una causa noble que es salvaguardar vidas humanas, pero ya empieza a degenerar hacia un control social sino-occidental.
Ningún mandatario, ni en las potencias ni en los países subdesarrollados, salvo excepciones (Ángela Merkel, la más afamada), ha demostrado talento y creatividad para enfrentar los efectos de la pandemia. Uno se copia del otro, y el otro repite hasta las comas de los decretos, mientras la situación empeora, la salud física y mental de la población se agudiza, la pobreza se multiplica de manera exponencial, la economía global agudiza su destrucción como nunca antes en la historia y los derechos individuales son arrebatados con un silencio social, que muy pronto podría transformarse en complicidad.
Había alternativas, test masivos y apoyar con todo a los sistemas sanitarios para evitar la medieval decisión del confinamiento. Pero, “pero si Piero en Roma, adoptó esta decisión y Pedrito en Madrid, esta otra, como el Pato Donald, por qué no nosotros… ”En mi barrio a esto le llaman mediocridad.
Hay más de un gobierno muy cómodo con la cuarentena. Se decide a discreción, sin protestas sociales, sin lidiar con la oposición, ni escuchar al Parlamento, mientras la (In)Justicia, se queda al desnudo pero muy cómoda, sin siquiera guardias mínimas. Un panorama soñado para cualquier político, con tentaciones totalizantes.
Ponga el lector el nombre del gobierno o mandatario que más le guste. Hasta nos puede venir al dedillo como un juego para pasar este confinamiento de “guerra”. La “guerra” de un enemigo sin rostro, pero que al paso que vamos, no tardará en tener identidad propia. Y como es de rigor: el que avisa no traiciona. (O)