La democratización de la ciencia se basa en las posibilidades de ingreso a la academia, y, dentro de ella, a las mejores universidades y de mayores niveles de excelencia del mundo, pero ésta, que es una condición, como en el caso ecuatoriano que vive un escenario antes juzgado utópico, está acompañada, en el mundo, por la democratización de la ciencia sustentada en el libre acceso al lenguaje científico.
La tecnología de la información aceleró dicho acceso a los círculos antes exclusivos del conocimiento científico. Las bibliotecas se pusieron sobre nuestras mesas, con libros, revistas, documentos, fotografías, esquemas. La ciencia, antes sólo en manos de grupos exclusivos y herméticos, no solamente por la conveniencia de la confidencialidad experimental y de procedimientos, sino por su propio lenguaje, quedó al alcance de cualquier consulta.
En la historia de las ciencias su democratización se inició por la necesidad de que la física, química, biología, geografía, historia, se tornaran “básicas”, y como tales se enseñaran en escuelas y colegios.
El lindero entre lo básico del conocimiento de todos y el elevado o exclusivo en poder de especialistas o expertos, se difuminó en un nivel intermedio de aficionados o curiosos que ha engrosado rápidamente.
Los libros y revistas que “popularizaron” las ciencias se vieron ahora incluidos en las bibliotecas virtuales de la tecnología electrónica cuya navegación permite buscar con facilidad inusitada los más diversos temas, democratizando el saber. Desde luego aparecieron también los riesgos del conocimiento no sistemático y la posibilidad de temores muchas veces infundados en el campo de la salud, pero en cambio se tornó vulnerable el exclusivo ejercicio de “la verdad” científica que se tornó discutible y exige argumentaciones cada vez más consistentes.
Las ciencias ya no son frutos de un árbol con tronco y ramas, sino de un entramado de redes teóricas y tecnológicas empíricas en las que cualquiera puede navegar, como experto o como entusiasta aficionado.
El lenguaje de los círculos exclusivos pasó de moda en beneficio de todos quienes ingresan y averiguan con facilidad, navegan, aprenden, preguntan.
Aprender y peguntar es el camino de la ciencia. Ya no hay dueños exclusivos del conocimiento y la verdad. La democratización abrió el campo a las preguntas, y dejó abierto el campo ilimitado de la investigación, que no debe tener restricciones. El porvenir de la ciencia es su libre acceso.