Tanto demócratas como republicanos, partidos políticos norteamericanos, son hijos del liberalismo europeo y sus matices. Tal doctrina tiene dos esferas, la económica y la política. El liberalismo económico busca siempre el libre comercio y la menor intervención del Estado. El liberalismo político busca profundizar el individualismo, en el afán de lograr la libertad total del cuerpo, las acciones y el pensamiento.
En 1835 Tocqueville señaló que en Estados Unidos no existían partidos políticos, sino facciones, visibles cuando se llegaba a estudiar con cuidado los “instintos secretos”. Casi dos siglos después, Chomsky consideraba que los partidos políticos norteamericanos representaban “los intereses empresariales”.
En el ejercicio del poder, tanto republicanos como demócratas han desplegado políticas para proteger los derechos de las corporaciones privadas, asumiéndolas como un sujeto, incluso con privilegios. Igualmente, los unos y los otros han coincidido con la concepción mesiánica imperialista, acerca del papel de Estados Unidos en el mundo.
En el marco de la actual carrera electoral, las facciones partidistas norteamericanas están enfrentadas, en torno a las relaciones más o menos liberales con la economía global. El candidato republicano Trump, no quiere libre comercio con todas las naciones, ni libertades difusas de los individuos, los que deben, según él, respetar la ley y el orden. En su discurso de campaña, amenazó con imponer aranceles a las empresas norteamericanas que operaran en China. Por su parte, los demócratas, con Biden a la cabeza, ofrecen más Estado para proteger derechos de salud y a la mano de obra inmigrante, que sabemos es más barata.
En medio de la tensión entre las dos facciones, aparece la potencia de un tercer actor, que de activarse podría establecer una ruptura. Los demócratas tendrían el respaldo mayoritario de la población, pero la distorsión de una democracia representativa indirecta, los deja con un solo camino: movilizar a más votantes para asegurar la mayoría absoluta de compromisarios, en el Colegio Electoral, encargado de elegir presidente en noviembre próximo. De esta manera, el cambio en Estados Unidos, -si se da- no sería por la llegada de un demócrata a la presidencia, sino por el grado de politización irreversible que pudieran lograr, movidos por su interés de llegar al poder.