Es un determinismo en la naturaleza humana que cuando alguien muere es cuando llega a su máxima valoración y salen a flote todas sus virtudes.
Si ese alguien tiene características superiores, extraordinarias, excelsas, como es el caso de Hugo Chávez, su imagen se eleva hasta la gloria y la adhesión y admiración de las colectividades, como ya sucedió a partir del 5 de marzo, desde los más recónditos espacios de la tierra y desde los más humildes corazones y cerebros de los humanos, se alzó, contra la injusticia del acontecimiento, un mayoritario, universal y gigantesco rugido, mezcla de dolor, llanto, rabia, nostalgia, admiración, amor, rebeldía, solidaridad, añoranza, ternura, grito, murmullo, silencio…
Nunca en la historia de los dos siglos que nos ha tocado vivir, la muerte de un ser humano generó tan elevada y sentida conmoción.
Pero, como se trataba del ser humano que llegó a ese nivel de gloria producto de la lucha por los pobres y para los humildes, en su paso por la tierra fue captando también resentimientos, odios, rencores, envidias, revanchismos.
Odios que se multiplicaron en la medida en que los amores y las gratitudes fueron saliendo a flote: odio de los imperialistas, de los derrotados, de los mediocres, de los oligarcas y pelucones, de los frustrados, de los envenenados, de los miserables, de los acomplejados, de los canallas.
Se llenaron de tanto odio y frustración que perdieron el sentido común y llegaron a la idiotez total, como para inventar las fábulas de que había muerto tiempo atrás en Cuba y que sus partidarios habían logrado la complicidad, para ocultar su muerte, de otro gobierno, de médicos de varias nacionalidades, de enfermeros y enfermeras, de laboratoristas, de transportistas, de pilotos y aeronáuticos, de familiares y amigos: decenas de complotados que no sabían para qué y en beneficio de quién se gestaba una pantomima internacional de esa naturaleza.
Sin contar que provocaban insolentes ofensas y burla al dolor causado a una familia, a un pueblo, a una nación, a un continente, a la humanidad entera, que aún no se repone del impacto de la inesperada, prematura e injusta pérdida de un vencedor que tenía todo para seguir luchando exitosamente por los más pobres y débiles.
Y no se quedaron allí mascullando su odio sino que desde el imperio norteamericano, una supuesta entidad investigadora, lanzó adicionalmente una serie de calumnias, recogidas por los sicarios de los medios de prensa internacionales y locales de nuestros países, sobre supuesto enriquecimiento ilícito del Comandante y sus familiares, sin tener un remedo de prueba o testimonio.
Hace sentir profunda vergüenza y rabia tener que tocar estas infamias, pero toca repudiar a los que por tanto odio terminan en la idiotez total.
En cuanto a Capriles, que descendió a los niveles más bajos del odio y la miseria, el pueblo venezolano lo castigará merecidamente en las urnas y con los votos.-