El presidente Lenín Moreno dice mucho sin decir nada. Tras el escándalo desatado en contra de la vicepresidenta María Alejandra Vicuña, el Primer Mandatario la abandonó a su suerte. Justo antes de la transmisión de los noticieros televisados de la noche y de la conferencia de prensa de Vicuña, el Jefe de Estado tuiteó que “la institucionalidad creada y las instancias competentes determinarán si existen o no responsabilidades”.
De inmediato, las frases se graficaron en los informativos como noticia de última hora. Las declaraciones se regaron como un polvorín. Al día siguiente repitió lo mismo, pero ya el efecto se había causado durante la noche anterior. El Presidente de la República se desentendió del problema de su compañera al mando en el Ejecutivo, tiró el peso político de las investigaciones a otras instancias estatales y dejó sola a una Vicuña temblorosa, al mando de ese barco que se hunde por el peso de la denuncias. Igual que su predecesor, la revolucionaria cayó en desgracia.
En otras palabras, Moreno bajó fríamente el pulgar a Vicuña y la entregó al ruedo de una opinión pública indignada, del escarnio legislativo y de una justicia sin los acostumbrados privilegios revolucionarios.
Lo mismo sucedió en la víspera del encierro del exvicepresidente Jorge Glas. En declaraciones públicas, el presidente Moreno aseguró: “Todos los dedos apuntan a usted”. ¿Los dedos de quién o de qué apuntaban a Glas? Poco después se entregaría a la justicia, sería apresado y su encierro perdura hasta el día de hoy.
El escándalo coincide disimuladamente con la petición de renuncia de todos los ministros del gabinete de Gobierno, tras lo cual se esconde la orden constitucional que encarga la titularidad de la Vicepresidencia a uno de los secretarios de Estado. Así ascendió Vicuña. Ahora le toca descender. Es la suerte de los ingratos. Moreno dice mucho sin decir nada. En su ritual de expiación da vinagre a los infieles y vino a los reyes. ¿Quién es la siguiente? (O)