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El Telégrafo
Inty Gronneberg

La decadencia del Estado ecuatoriano

15 de mayo de 2020

Hace 190 años, la autodenominada Corte de Notables del entonces llamado Departamento del Sur de la Gran Colombia, decide separarse del aún joven proyecto, conformando así la República del Ecuador. Este año, la conmemoración del acontecimiento en cuestión pasó tristemente desapercibida por nuestra nación, marcando claramente ese peligroso declive en el sentido de identidad, o de pertenencia al país, el cual sigue aumentando con el transcurrir del tiempo.

Probablemente la población, en lugar de sentirse libre, se encuentra sumida en la preocupación de la pandemia y sus consecuencias. Sin embargo, el ahogo social no se queda ahí; se podría ver alimentado por factores recurrentes que se mantienen presentes a lo largo de nuestra compleja historia, y que recrudecen en las peores circunstancias. Entre ellos se puede mencionar a la corrupción latente, el pobre desempeño económico y la desconfianza hacia el sistema. Todo esto desemboca en aquella percepción de un pueblo sin rumbo o identidad propia, que muchas veces ha desencadenado la ira social y la lucha de clases. 

Con estos antecedentes, el aniversario de la secesión encuentra a una patria en decadencia, inmersa en una profunda crisis social, económica y política, que posiblemente tendrá en los próximos meses un lúgubre entorno, en el cual solo tres de cada diez ecuatorianos, en capacidad de trabajar y aportar a la economía, tendrían un empleo pleno. Así está crisis, mucha más que otras, podría poner el punto final a la historia ecuatoriana producto del potencial caos resultante, sino encontramos soluciones.

En aras de indagar alternativas, si pensamos que muchos de los problemas del país no son nuevos, sino más bien recurrentes desde su origen, se comprendería que probablemente se necesita evaluar los inicios con una visión más crítica. El país empezó con un modelo impuesto, en el cuál una gran parte su élite económica y política se concebía por conveniencia de la colonia apartada de la mayoría, percibiéndose mucho más cercana a sus opresores. Quienes pensaban distinto fueron masacrados. Lo colonizado, la localidad y sus costumbres eran clasificadas como como algo inferior, creando dos mundos muy alejados.

Quizás esos dos entornos nunca han terminado de encontrarse para crear una noción nueva. Tal vez si no logran hacerlo, el estado ecuatoriano está condenado de la decadencia actual al fracaso. (O)

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