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El Telégrafo

Debate sobre la información

10 de noviembre de 2011

En la guerra frontal que los medios privados han declarado contra los gobiernos progresistas de la región, hay elementos que llaman a preocupación. El primero es el inflamiento que ha recibido la idea de la libertad de prensa, que los medios la defienden como el súmmum  de la libertad humana y el punto de referencia sobre la labor de un gobierno.

Aunque el derecho de opinión consta entre las libertades individuales, hay que precisar que tiene una categoría menor frente a otro derecho, este de carácter colectivo, que es el “derecho a la información”. En lo social, este constituye una garantía para el conocimiento de la verdad y para la apertura de posibilidades para todos. En lo individual, garantiza el adecuado desarrollo del desarrollo del ser humano, puesto que entrega a este los elementos necesarios para que pueda orientar su acción en la sociedad. Y en lo político constituye un pilar del Estado de derecho.

¿Pero qué sucede cuando los grupos mediáticos, prevalidos de su poder e influencia, distorsionan la verdad, falsean o recortan a su antojo la información y sesgan la interpretación de los hechos? ¿O cuando unos escritores, amparados bajo ese poder mediático, ofenden gravemente a las autoridades legítimas y aun convocan al pueblo a la insurrección? ¿Esos actos suyos constituyen un ejercicio de libertad de prensa y de expresión del pensamiento, o un atentado contra el derecho social a la información?

Esa es, en esencia, la cuestión que está en debate: si el asunto ha de limitarse a la defensa de la libertad de prensa, que los medios conciben como libertad de empresa y de acción política, y donde reclaman ser ellos y sus periodistas los titulares de derechos, o si la cuestión ha de ampliarse al ámbito social de la información, donde el titular de derechos es la ciudadanía y las gentes que la conforman.

De esto, a su vez, se derivan otros asuntos de la mayor importancia, como el definir quien ha de cuidar de esos derechos, es decir, del derecho individual a la libre expresión del pensamiento y del derecho individual-social a una información veraz, completa y oportuna.

Es evidente que, dentro de un ordenamiento democrático, corresponde al Estado, que es la máxima expresión política de la sociedad, la obligación de proteger, garantizar y regular el ejercicio de esos derechos. Y precisamente por ello y para ello, el Estado de derecho dicta normas jurídicas que protegen derechos y reprimen abusos y delitos, las que son obligatorias para todos los ciudadanos.

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