“Deadpool & Wolverine” (2024) de Shawn Levy, pretende barrer con la historia de la taquilla cinematográfica hasta la fecha, liderada por “Joker” (2019) de Todd Phillips. Esto lo dicen los medios de comunicación dedicados al entretenimiento. Habría que decir que, en efecto, si hasta la fecha permanece en pantalla y sigue dando qué hablar a los fanáticos, no es por ser el mejor filme, sino uno que explota la violencia estetizada en forma humorística.
Y es que, para las audiencias contemporáneas, acostumbradas a que la violencia cinematográfica sea un factor para convertir a alguna película en éxito asegurado, “Deadpool & Wolverine”, la tercera de la saga de Deadpool, desde ya tiene todos los ingredientes: violencia efectista, personajes escaldados que se ríen de sí mismos, universos paralelos o multiversos, malos y más malos, en principio bufos, luego tenaces, sin descontar una serie de homenajes y guiños a otras películas, incluidas las autorreferencias. De hecho, serían rasgos de un tipo de cine posmoderno en el contexto de los superhéroes (quizá mejor decir, antihéroes) gracias a los cuales la caricatura, la exageración y el superrealismo inmediatamente tendrían la función de seducirnos.
A diferencia de las otras películas de la saga, “Deadpool & Wolverine” enfatiza los multiversos en los que las versiones de los superhéroes y de Deadpool resaltan su carácter paródico y hasta problemático. De ahí que la trama podría ser compleja, ya que esta tendría que ver con una historia sobre una búsqueda existencial: la animalidad cegada por la racionalidad humana, búsqueda cuyo motor esencial es la violencia.
Así, nos topamos con un Deadpool cínico, irreverente, audaz, pero solitario, con la diferencia de parecer perdido. Gracias a su inmortalidad lo vemos moverse entre los multiversos como quien pasa de una habitación a otra, a veces incluso solo para dar un paseo o perder el tiempo. Esto en principio divierte, pero cuando la violencia aparece, de pronto se nos torna como un dispositivo banal, en la misma medida de la misma consistencia de los otros personajes. De este modo, la película, más allá de su trama artificiosa e inverosímil, con intertextos a cada paso, aunque sea una caricatura de sí misma, sobre todo es una que desmitifica a los antihéroes. Este carácter estaba en parte de otras películas de Marvel, pero siempre pesaba en cierta medida lo trágico (porque una historia debería moralizar en el fondo); en el caso de “Deadpool & Wolverine”, la desmitificación lleva a que Deadpool sea un personaje liminal, vencido y dominado por la muerte: la inmortalidad solo objetualiza al cuerpo, vuelve insustancial la vida, degrada la misma naturaleza del ser humano, por lo cual la búsqueda, en esencia, es el retorno a la animalidad, al instinto.
Puede ser incongruente el aparecimiento de un perro (o una perra, cruce entre pug y crestado chino) que, por su apariencia, es feo; este, sin embargo, roba la atención y contrapone el desparpajo de Deadpool y la fiereza de Wolverine. Inconsciente o conscientemente (cuestión de Levy y Ryan Reynolds, actor y además guionista), la película hace que este animal sintetice ese estado al que hipotéticamente se aspiraría: más animalidad que racionalismo. El racionalismo crea máquinas (destripa tiempos), articula ejércitos orientados a la guerra (soldados maquínicos), sobre todo al sadismo (pensemos en Cassandra Nova) y al menosprecio por la vida (el rol de Paradox). La animalidad, en sentido, de sensibilidad, de instinto, de esencialidad (lo que algunos filósofos llamarían la inmanencia) implica volver a pensar la humanidad en su niñez. En esta línea podemos pensar “Deadpool & Wolverine”: todos los posibles Deadpools de los multiversos, de los intermundos, nos recordarían al niño como ese perro que aún debe formarse en valores.