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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

De vuelta al nomadismo

14 de diciembre de 2017

Hace más de 3.000 años surgieron sociedades sedentarias ligadas al desarrollo de la agricultura, lo cual constituyó una de las primeras grandes revoluciones sociales que a su vez provocaron una transformación en las relaciones de producción y de poder. La capacidad de dominar el ciclo de producción de alimentos configuró la dominación para el uso, organización de la fuerza de trabajo y apropiación del excedente, lo cual generó el arraigo.

Aunque en todas las épocas históricas se han producido oleadas migratorias, la gente ha perseguido el ideal del sedentarismo y construido su marco referencial espacial en torno al lugar natal o nicho concreto, inherente a lo propio, para la reproducción de la vida, la realización del trabajo y la trascendencia después de la muerte. Tanto la gente antigua como la moderna ha pensado en cumplir un ciclo en un lugar: nacer, formar una familia, reproducirse, incrementar el patrimonio mueble y ser enterrado en el cementerio local, donde siempre estarían los sucesivos para custodiar la memoria. Tan largo ha sido el tiempo histórico del sedentarismo que lo hemos creído natural, incluso atributo superior propio de la condición de civilizado.

Actualmente la forma de vida sedentaria está cambiando para dar paso a un nuevo tiempo histórico en el que predominaría el nomadismo. Las nuevas vidas nacen con la incertidumbre y con altas posibilidades de pasar su vida como un ser errante siempre en movimiento para articularse temporalmente a trabajos muy discontinuos e inestables. Los más jóvenes evaden el matrimonio y buscan liberarse de las anclas, porque requieren flexibilidad, movimiento continuo, movilidad de identidad y habitar un espacio de ficción para perseguir al capital que se relocaliza rápidamente. Todos los días se mueven oleadas humanas desorganizadas de un extremo a otro; o individuos que se transportan sin destino final ni permanente. Los referentes estables se caen, porque cada vez funcionan menos. Nuestros hijos no echan raíces en ninguna parte.

El sedentarismo como forma e incluso como modo de vida, es causado por las contradicciones del capitalismo que provoca desempleo, guerras, mueve constantemente el capital real y virtual y la demanda laboral. También por el triunfo del individualismo sobre lo colectivo y comunitario; la mediación tecnológica, la creación de la realidad virtual y la destrucción de los referentes espaciales. Todo indica que el tiempo del sedentarismo estaría llegando a su fin.

Más allá de la forma de vida en movimiento, lo preocupante es que el nomadismo, como forma generalizada de vida, provocaría la desaparición de dos instituciones históricas: la vieja familia, una organización social que parece no calzar en tiempos movedizos debido a que demanda localización estable y articulación real; y el estado nacional erigido sobre la cohesión, relación de pertenencia al territorio y la existencia de habitantes ciudadanos.

¿Cómo será el mundo sin Estado nacional, sin familia, sin amor duradero ni trabajo estable? ¿Cómo será un mundo de errantes, deslocalizados y enajenados? No lo sabemos, aunque es casi seguro que en ese mundo hipotético será impracticable la utopía de la democracia moderna. (O)

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