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El Telégrafo

De ser chulla y otros demonios

02 de diciembre de 2011

Mi hijo es un producto de la migración interna. Mi abuelo, don Jacinto Vallejo, era oriundo de Santa Rosa, El Oro. Don Raúl Vallejo, mi padre, nació en Manta. Yo lo hice en “Guayaquil City va a reventar”. Mi hijo Martín nació en Quito. ¡Los Vallejo finalmente llegaron a la capital! Del recinto, al pueblo chico, a la ciudad, a la metrópoli. En cierta forma, es una versión contemporánea de “A la Costa” con los personajes de “Don Goyo”. Y la verdad, después de veinte años,  mi cuerpo está aclimatado a esta ciudad. Tengo el quiteñismo colado entre mi humanidad conforme, ¿y qué puedo hacer?

Pero, aclarado el panorama sociocultural, no me termino de creer quiteño. No me gustan los toros, no me gustan las fiestas de Quito, no me gusta la Reina de Quito, no me cae muy bien el Alcalde, no soy hincha de un equipo de la capital, nunca me escucharás gritar: “¡Que viva Quito!” ni “¡Que chupe Quito!”. Mi quiteñidad no llega a tanto. Y con todo, lastimosamente, la colonización cultural ha penetrado los que alguna vez fueron muros infranqueables en mi hogar. La asimilación social ha podido con el nombre familiar: mi hijo es un “chulla quiteño”. Lo es. Tiene su traje, se sabe la canción... hasta baila. Su cintura indomable, con un ritmo genético imparable, lo hace con una gracia ajena al andino.

No  puedo más que bosquejar una sonrisa cuando en sopranísimo ensaya, manos en la espalda, su presentación conmemorando la fundación de esta “ciudad española en el Ande”. Fui el puente demográfico. El que nunca se aprendió el himno a Guayaquil, pero no se siente quiteño. Al que le dicen “serranito” en el estero y “ñaño mono” en el altiplano. El hincha de Barcelona entre aprendices de brujo. Un fiel reflejo de la centralización económica y productiva; el espécimen genérico de los libros estudiantiles: una acotación de la migración interna.

Y siento que mi hijo no sabrá de la perla que surgió, ni de la muerte de Tyrone Powers, ni de Fernando Artieda y ese medio poema en clave de JJ. Siento que se ha perdido esa conexión invisible, ese lazo infranqueable que me remite a mi ciudad entre la saudade y el olvido. Su hablado será marcado por el letargo del viento andino, su cosmovisión delimitada por una ciudad bifurcada en un norte y en un sur definido por líneas económicas imaginarias y referencias de la Virgen. No advertirá (no todavía) la soledad del extranjero camusino en un lugar que te atrae, que se te impregna y se te destila y nunca te termina de absorber. Pero la sangre podrá. No queda más que amarlos. Ya tocaff.

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