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El Telégrafo

De Libia a Nicaragua

10 de noviembre de 2011

Hace pocos días, Hillary Clinton, la gorila sin uniforme, digna madrina del Pentágono, bailaba de alegría sobre el cadáver de Gadafi y hacía la V de la victoria en Sirte, la cuna mártir del líder libio asesinado por la OTAN luego de ocho meses en que sus 26 mil operaciones áereas y sus mercenarios de élite destruyeron el país que no quiso someterse a un nuevo coloniaje. Con ella ensayaron la danza del triunfo Silvio Berlusconi y  Nicolás Sarkozy, el primero en representación de la Roma decadente y el segundo del París de las frivolidades.

Esto por mencionar solamente dos astros del capitalismo salvaje contra el que se han alzado los “Indignados” de Europa y de la “Yoni”. Pero la fiesta duró poco: tambores de guerra resuenan en todo el desierto libio, donde 140 tribus con gran tradición guerrera se preparan para echar a los intrusos que no solo les roban el petróleo sino aun más, lo que es que para ellas de un valor supremo: la independencia.

Al despertar de su orgía de sangre, los genocidas de Libia se encontraron de pronto con la tragedia griega, no por anunciada menos espeluznante. Esta tragedia no está escrita en los dramas de Sófocles sino en las calles, plazas y campos de toda Grecia, en todas y cada una de sus dos mil islas, donde el hambre real, masiva y descarnada que azotó al país durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial se queda corta frente a la devastadora ocupación actual por parte del Fondo Monetario Internacional y su horda de ávidos cobradores.

La tragedia griega se proyecta amenazante ya sobre Roma, donde el pueblo terminará por echarle a puntapiés al magnate que ha convertido a la eterna Italia en prostíbulo de lujo, en tanto Sarkozy comienza a apretar con fuerza el cinturón de los franceses hasta ponerlos al reviente. Adiós fiesta, adiós alegría, mientras el fantasma de Gadafi les acogota en sus pesadillas.

Mientras tanto acá, en nuestra América, a “Tío Caimán” el pueblo de Nicaragua acaba de asestarle una paliza más grande que la caída de las Torres Gemelas, sin muertos, ventajosamente. De nada les sirvió a los yanquis asesinar hace siete décadas a Augusto César Sandino, el General de Hombres Libres que hiciera morder el polvo de la derrota a las arrogantes tropas del Imperio.

De nada les sirvió la Guerra de la Contra armada por la CIA contra el primer gobierno sandinista en los años 80, con el apoyo de una falsa izquierda y de pueblos indígenas engatusados y manipulados por aquella central del espionaje y el terrorismo, experta en sobornar líderes sociales y políticos. Hoy Sandino está más vivo y vigilante que nunca y su pueblo, al apoyar al presidente Daniel Ortega con un alud de votos (el 63% de los sufragios), está demostrando al mundo, comenzando por Estados Unidos, que persiste en su firme voluntad   de avanzar por el camino de la independencia y del socialismo, bajo las banderas de la Revolución Bolivariana que sacude al continente.

Claro que el Imperio, sus aliados y sus centuriones tienen cartas para jugar contra Nicaragua y América Latina, pero los vientos soplan a favor de estas y se anuncian como huracanes dirigidos al Norte.

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