Historias de la vida y del ajedrez
De la locura y del amor en los conventos
Hay muchas historias detrás de unos muros dedicados al silencio y la oración. Por ejemplo, en el siglo XVII en el convento de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción en Quito, una madrugada la monja Anatolia de la Transfiguración vio una nube oscura que avanzaba en una espiral amenazante.
Pero no era el demonio. O tal vez sí. Era una inmensa concentración de colibríes de todos los colores. Aterrorizada, la monja hizo casi reventar las campanas. Tras el desconcierto y el alboroto inicial, llegó el obispo para intervenir en estas cosas de satanás. Las aves se habían apoderado de las habitaciones y los lugares sagrados de aquel recinto. Entonces hubo guerra contra ellas: fueron combatidas con las aguas sucias del convento, luego agua hirviendo y más tarde agua bendita, oraciones, escobazos y ruidos de cacerolas, misas y procesión en la madrugada. Al final los colibríes fueron exterminados.
Pero hay otras locuras felices que también ocurren tras aquellos muros. En ese mismo año de la invasión de los colibríes se daba en Portugal, en el convento Nossa Senhora da Conceição (¡con el mismo nombre del quiteño!), un hecho de amor. Unos militares franceses pasaron cerca del lugar y las monjas salieron a mirarlos. Una de ellas tenía 25 años, se llamaba Mariana Alcoforado y había entrado al claustro desde niña. En medio de monturas, penachos, escudos y espadas, Mariana vio un rostro que le marcó la vida. Era el de Noël Bouton, un oficial francés. Gracias a un hermano de Mariana, hubo distintas citas secretas entre la pareja y se hicieron amantes.
Pero los amores entre humanos, así como las nubes de colibríes, no están bien vistos en algunos lugares y, cuando explotó el escándalo, Noël Bouton puso pies en polvorosa. No se sabe si para salvar el pellejo de ambos, o si otros corazones lo llamaron por fuera de aquel convento. Mariana, la monja, no se resignó y escribió lo que hoy la literatura mundial conoce como Cartas de Amor de la Monja Portuguesa. Tienen tanta belleza, que el convento que fue testigo de aquellas cartas y de furtivos y apasionados encuentros, ya es un museo en honor a aquella historia.
En una carta, Mariana le dice: “Te adoraré toda mi vida y harás bien en no amar a nadie más. No te conformes con una pasión menos ardiente que la mía. Prometiste regresar. ¿No quieres, acaso, pasar tu vida a mi lado? ¡Ay! Si pudiera escaparme de estos muros”. Button nunca regresó. Mariana, ya abadesa del convento, murió a los 83 años, en la misma celda en la que más de una vez la visitó su amor prohibido. En ajedrez, a diferencia de la vida, cuando una dama se sacrifica, es porque el final lo justifica.
1… D7R y ante el sacrificio, el blanco no tiene defensa. (O)