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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

De fútbol

18 de junio de 2014

En uno de sus bellos libros, Eduardo Galeano habla sobre un grupo de niños que habían estado jugando al fútbol y tras el partido se subieron a un bus; dice que de regreso iban cantando una barra que rezaba más o menos así: “¡Ganamos, perdimos, igual nos divertimos!”

De eso se trataría, y no de otra cosa. Más allá del complicado y a la vez hermoso juego que fortalece relaciones, que ayuda al trabajo en equipo, que se convierte en un deporte reforzador no solamente del cuerpo sino también del espíritu, el fútbol trae, como todo lo luminoso, una huella sombría. Y es sabido que mientras más grande es la luz que algo proyecta, más gigantesca y oscura se vuelve su sombra.

El lado sombrío del fútbol aparece en el momento en el que se convierte en una obsesión, cuando cobra una importancia mucho mayor de la que en realidad tiene en el contexto de las necesidades humanas y, en últimas, cuando se vuelve un negocio.

Es conocida e indignante la relación de sueldos y salarios entre los deportistas de élite y otras profesiones mucho más significativas en el contexto humano, como médicos, maestros, arquitectos… etc. Es conocida e indignante también la exagerada importancia que se le da al fútbol en todos los contextos, en detrimento de otros deportes, cuyos representantes con las justas tienen para sobrevivir y muchas veces corren con sus propios gastos para entrenamientos, eventos y otras necesidades de su práctica deportiva. Es conocido e indignante el abandono en que muchos gobiernos del mundo mantienen al arte y la cultura en detrimento del fútbol.

Sin embargo, la mayor sombra del fútbol se manifiesta cuando en su honor se olvidan las verdaderas necesidades acuciantes de la población más pobre, cuando se arremete con violencia contra niños de la calle, habitantes de las favelas, o cuando se crean redes de prostitución y tráfico sexual ad hoc para satisfacer las más básicas pulsiones de los hinchas entre partido y partido. No se puede olvidar el estremecedor asesinato con que una mafia de narcotráfico castigó el autogol de un futbolista colombiano. No se puede ignorar las cantidades ingentes de dinero que se invierten en un mundial que durará cuando mucho un par de meses, mientras el mismo país está agobiado todavía por la miseria y todas sus consecuencias.

Lo simple se vuelve hermoso y estremecedor. ¿Volverá todo esto, algún día, a ser un juego en el que, ganemos o perdamos, no sostendremos ríos de dinero sucio de sangre e igual podremos ser felices y divertirnos?

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