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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

De compras

06 de enero de 2016

Durante las vacaciones de Navidad fui a hacer algunas compras en un supermercado. Mientras recorría los pasillos, hubo un apagón. Después de la típica exclamación, una voz masculina se alzó en medio del lugar: ¡Ya estamos como en Venezuela!

No conozco Venezuela. No he estado jamás en este país, y salvo los noticieros (fuentes cualquier cosa, menos confiables) no sé cómo están las cosas en ese hermano país. Además, estoy segura de que quien alzó su voz para hacer el comentario no estaba mejor informado que yo. Sencillamente, al igual que muchos representantes de la clase media quiteña, tenía que hablar de política con cualquier pretexto. Poco importaba que lo que afirmara no estuviera fehacientemente comprobado.

En un par de ocasiones volví al supermercado cercano a mi domicilio y observé, la primera vez, que los congeladores estaban vacíos. Entonces recordé las palabras de aquel hombre, inoportunas en el anterior momento, porque entre otras cosas, desde Venezuela llegaban noticias de desabastecimiento, no de apagones. El corazón se me aceleró. Por suerte, antes de una taquicardia más pronunciada (o algo peor) alcancé a leer el papel blanco que, pegado en uno de los ‘desabastecidos’ congeladores anunciaba que dichas máquinas se encontraban en reparación después de un desperfecto y que, si se deseaban o necesitaban productos congelados, había que acudir a un empleado del lugar para solicitarlos. Eso me tranquilizó… momentáneamente, pues dos días después fui al mismo local y vi que los congeladores estaban funcionando y repletos… pero las perchas correspondientes a la carne estaban casi vacías.

A mi memoria vino la noticia de que, tras el triunfo de la oposición en Venezuela reaparecieron varios productos de primera necesidad en los mercados. Y se cuenta que en el primer día de la sangrienta dictadura de Pinochet también los supermercados y otros comercios chilenos se llenaron de productos importados y de primera necesidad, que habían hecho falta durante todo el gobierno de Salvador Allende.

¿Quién se hace cargo de esto? ¿Acaso la macabra intención de ciertas clases o grupos pudientes es desabastecer para ‘castigar’ a las clases medias y populares por haber votado por quienes no les convenía? Después de todo, es una especie de estado de sitio que hace ‘reflexionar’ a quienes se ven abocados a la posibilidad de no tener qué comer, aunque tengan dinero en el bolsillo. El cinismo puede tomar proporciones dramáticas cuando se echa la culpa al gobierno de turno, pero en cuanto tiene un revés electoral, se ‘premia’ a los votantes arrepentidos volviendo a llenar las perchas de todo lo necesario. (O)

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