En apenas diecinueve años nos hemos olvidado de que el cura Carlos Florencio Flores Andrade fue designado por el gobierno del presidente Gustavo Noboa como gerente de la Corporación Aduanera Ecuatoriana (CAE), entre 2000 y 2003, y fue responsable de la emisión de notas de crédito fraudulentas, violando disposiciones legales y reglamentarias, luego de lo cual huyó a Miami donde fue capturado, deportado a Ecuador e ingresado al penal García Moreno.
Peculado, enriquecimiento ilícito, delito aduanero, insolvencia, liquidación de sobregiros dieron lugar a veinticuatro procesos judiciales que se iniciaron en su contra por liderar una red que perjudicó al fisco con varios millones de dólares. Se descubrió, además, que este personaje poseía varios apartamentos y casas en las ciudades de Quito y de Esmeraldas, vehículos de lujo y diez cuentas bancarias en donde se depositó dineros de la CAE.
Y como siempre tanta bulla para nada, solo fue cuestión de tiempo para que la Procuraduría General del Estado se olvide de persistir en los juicios, y en 2012 fue absuelto de todo indicio de culpabilidad. ¿Saben cuánto recuperó el Estado? Nada. Nunca se recuperó valor alguno. Hasta ahora va ganando el cura Flores, el cura Tuárez está por debajo en proporción, tomando en cuenta, además, que aún nada se le ha probado.
Su actitud puede ser impropia y su proceder repudiable, pero delito al momento no existe. ¿Recuerdan al cura Fernando Lugo?, tras pasar por la provincia de Bolívar haciendo obras de caridad y perdonando los pecados de sus feligreses, incursionó en la política y llegó a ser el Presidente de Paraguay, y como tal el protagonista de escándalos, entre ellos el de haber procreado hijos de los que dijo fueron producto de un “error humano”.
Más favor harían estos personajes velando por las almas que sufren por la migración, el desempleo, las injusticias, ya que quitarse el hábito parece que les lleva a la ambición y a la perdición. Pero no podemos generalizar esos desaciertos; los curas italianos que en 1922 llegaron con la Misión Josefina a la región amazónica y que trasladaron la sede del Vicariato Apostólico de Napo a la ciudad de Tena hicieron grandes contribuciones; ingratitud sería no recordar a monseñor Maximiliano Spiller, por ejemplo, quien el 10 de octubre de 1947 fundó el colegio San José. (O)