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El Telégrafo

Cuestión de educación

11 de agosto de 2011

Los estudiantes chilenos están en las calles demandando educación de calidad. Por acá, en Ecuador, hace años hay mucho silencio.

No recuerdo una sola manifestación estudiantil demandando educación de calidad: se ha exigido gratuidad, disminución en el pasaje urbano o se han sumado a las solicitudes de los grandes sindicatos, pero no han exigido educación de calidad.

¿Qué significa educación de calidad? ¿Qué sistema educativo de calidad quisiera? Donde se acompañe al alumno, se vean sus capacidades más allá de sus notas, se lo aliente y no se lo humille; que los profesores sean personas de mente abierta, enseñar a los otros a responsabilizarse de sus actos, a ayudar y guiar, a conectar con el ser que todos llevamos dentro y no solo a sancionar. Un sistema educativo en el cual aquellos que posean  cualidades de inteligencia, humildad, paciencia y fomento de la libertad sean quienes eduquen. Que los administradores del sistema (rectores, decanos) no se preocupen por perpetuarse en el puesto o dejar en él a sus familiares o aliados políticos, sino que piensen en cómo brindar las mejores condiciones de enseñanza desde lo académico, pero sin olvidar lo logístico, jurídico, nutricional, la salubridad ni el espacio físico.

Si tan solo los profesores transmitieran pasión por lo que enseñan y lo convirtieran en un juego, las puertas del aprendizaje se abrirían. Si se recordara día a día que aprender supone esfuerzo y que la exigencia debe ser valorada y no se debería huir de ella, se vería -más que la nota- el progreso en el aprendizaje. Si se planteara que la cívica es el respeto por el otro y que lo único antinatural es la intolerancia, tendríamos ciudadanos más claros de sus deberes. Si los padres dejaran de infantilizar a sus hijos y los ayudasen a aceptar con paciencia y cariño sus dificultades y problemas, no habría tantos problemas de ego y de maltrato entre compañeros de clase. Si se enseñase a admirar al otro en sus esfuerzos, a no juzgar, a ser humilde y agradecido por los logros propios y heredados, a saber que un título académico solo es una licencia que te permite hacer profesionalmente lo que siempre has soñado y no te sitúa encima de nadie, entonces tendríamos un mundo más amable, consciente del valor de cada individuo. Si se enseñase a ser creativo, a construir el propio trabajo, a tener esperanza en la propia vida (tenerla en el mundo es demasiado), en lo que se puede hacer con la propia vida, estoy convencida de que tendríamos menos amargura y desazón.

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