En un trabajo de investigación doctoral, recientemente publicado, propuse la tesis de que Cuenca, en un largo ciclo histórico, había construido un proceso de distinción identitaria, desplazándose desde la arena política hasta la cultural. Este gesto le permitió posicionarse y negociar su participación en el contexto del Estado nacional.
Durante el siglo XX las élites cuencanas construyeron su dominio aristocrático a través de estrategias como una supuesta nobleza de sangre, y de erigirse como un poder intelectual y letrado. En este marco calzaba adecuadamente el proyecto ‘Cuenca, Atenas del Ecuador’. Innumerables fueron los eventos, publicaciones y discursos que se desplegaron para lograrlo. Paralelamente, Cuenca vivió el auge exportador de sombreros de paja toquilla, mientras importó el afrancesamiento de su arquitectura y los gustos de la ‘nobleza’ de la ciudad.
Una vez que este proyecto se agotó, élites políticas y culturales renovadas lanzaron el proyecto ‘Cuenca, Patrimonio de la Humanidad’, una apuesta reciente a la internacionalización de la ciudad y su entorno, más allá de los estrechos límites del Estado nación que se imponían en pleno neoliberalismo y de la profunda crisis económica, que terminó disparando aún más los flujos migratorios de sectores populares de la región hacia el extranjero. Los imaginarios acerca de las bondades del turismo y de la inserción de la pequeña comarca en el mundo global, inundaron una nueva fase de distinción que se mantiene hasta la actualidad.
Hoy Cuenca celebra su independencia, basada en una tradición hispano-elitista, pero que ha procurado asentarse sobre las ruinas glorificadas de la kañari Guapondélig y de la Tomebamba inca. Una sociedad compleja y contradictoria, que fue el asiento de conservadurismo más recalcitrante, pero que pronto, en los 80, se volteó hacia los discursos más radicales de la izquierda. Que históricamente ha expulsado ‘cholos’ migrantes, no obstante hoy recibe extranjeros jubilados porque ha sido declarada una de las mejores ciudades del mundo.
Que glorifica su legado de aristocracia y abolengo hispano, pero que ha erigido su identidad mestiza sobre el ícono de la chola cuencana: figura cortejada, manipulada y discriminada a la vez. Que ha construido su distinción a partir de su patrimonio colonial y republicano afrancesado, así como sobre el ‘buen gusto’ de la arquitectura cuencana moderna, sin embargo, hoy subsiste junto a la otra arquitectura del ‘mal gusto’ de los ‘cholos’ migrantes.
Que se mira a sí misma orgullosa y arrogante en el espejo de sus cristalinos y bien cuidados ríos, pero que imagina su porvenir articulada globalmente con el mundo, que la reconoce como uno de los mejores destinos para vivir. Por todo eso, quizás, muchos anhelamos estar o volver a ese plácido, aunque paradójico terruño.