Estas líneas están dirigidas para todos mis pares. Estoy ubicado en el frente cristiano católico. No pretendo irrespetar a quienes pertenecen a otros credos, tampoco asumir un rol que, ni de lejos, lo he deseado ni lo he practicado: ser juzgador. No obstante, estimo que “alguien tiene que decirlo”, especialmente cuando la Iglesia católica, hace pocos días, ha iniciado el tiempo de cuaresma. Es conveniente aclarar que mi postura refleja solo mi posición, aunque es probable que usted, estimado lector, también concuerde conmigo.
Por circunstancias de la vida estuve en una iglesia de la capital económica del país el sábado en la noche; en la misma, el sacerdote durante su homilía hizo referencia a la cuaresma y citó el pasaje evangélico correspondiente a la Eucaristía de ese día sábado, en la mañana: “Jesús vio a un publicano llamado Leví (…) y le dijo: ‘Sígueme’. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. Agregó: “Más allá de esa persona y de lo que él hacía, lo maravilloso es que esa persona lo dejó todo para cambiar su vida, profundizando en sus propias manchas de vida, y diciendo: no más. Jesús no se detuvo para castigarlo o condenarlo por esas manchas (cualesquiera que esas hayan sido), solo le dijo: sígueme”.
Dejando abierta la puerta a la censura, creo que la homilía aplica a toda persona que busca mejorar como tal: cuántos de nosotros (me incluyo), por ocupar una determinada posición pública o privada (la que fuere) nos volvemos arrogantes y consideramos a los demás como “inferiores”, y únicamente nos volvemos convencionales con quienes son “parte de nuestro círculo”. Podremos decir: “pero si ya hemos profundizado en nuestro claroscuro”. Tal vez superficialmente (y es muy grave si lo proclamamos, porque socializamos a alguien que no somos).
Considero que más allá de mi postura, siempre es posible tomar el rumbo de ser mejores personas, pero dejándolo todo. (O)