Mucho se ha hablado estos días de la cultura popular y el acatamiento de la cuarentena por el covid-19. Algunos hasta han usado términos despectivos contra los hermanos guayaquileños. A pesar de ver lo que pasa en Europa y EE.UU., siguen creyendo en la superioridad europea, cuando los europeos son los más contagiados.
Parece que la distancia es importante, tanto que Rusia ha salido bien parada, sin desmerecer la calidad de sus científicos y la actuación de sus autoridades, pero sin creer que Putín sea sobrenatural. Hasta Merkel agachó la cabeza al ver a su país con más casos que China. Y en Italia la arrogancia de unos del norte industrial y europeizado que llamaban al sur Calabria Saudita, ha sido callada al ver la distribución del contagio.
En Ecuador, los carchenses han demostrado ser más conscientes que los que se creían muy vivos. Cada país ha tenido que inventar fórmulas para comunicarse mejor en medio de la diversidad cultural. En Israel cada persona que nace es automáticamente afiliada al Seguro Social con servicio médico incluido y su sistema de salud pública es excelente. Sus científicos están entre los mejores del mundo. Sin embargo, tiene demasiados casos de contagio para sus pocos habitantes.
Los judíos ortodoxos son apenas el 10% de la población de Israel, pero representan el 60% de contagiados. Esto se debe a su cultura: no usan ningún método anticonceptivo (son familias numerosas en casas pequeñas), tienen que estar reunidos para rezar (al menos 10 varones) y solo obedecen a su rabino (la autoridad política no importa). En Israel han tenido que rogar a los rabinos que ordenen a su gente que mantenga distancia. Y así pasa en otros lados.
En grandes sectores de Guayaquil hay una cultura de la pobreza, difícil de superar: hacinamiento, informalidad, etc. Después de ver la película coreana Parásitos deberíamos sensibilizarnos ante la tragedia de la desigualdad. Imagínense cómo es una inundación para los que viven en el sótano. (O)