No es tan cierto que Nelson Mandela fue un pacifista por naturaleza. Recordemos que siempre se manifestó rebelde ante las acciones racistas y los abusos de poder. Así pues, luego de concluir la secundaria, ingresó al Colegio Universitario de Fort Hare, decidido a lograr el título de Bachiller en Artes, pero fue expulsado junto con uno de sus compañeros por haber organizado y participado en una huelga. Se dirigió entonces a Johannesburgo, a fin de completar sus estudios de bachillerato, ingresando luego a la Universidad de Witwatersrand, donde recibió su título de abogado en 1942. A diferencia de Gandhi, alma del movimiento de independencia de la India, y quien promulgaba el principio de la no violencia, Madiba se vio movido a recurrir a las armas cuando después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, recrudeció en Sudáfrica la política de discriminación racial, una de las más duras que han existido en el mundo, al crearse en 1948 el Partido Nacional Sudafricano y, con él, la expedición de las famosas leyes racistas del apartheid, que establecían la segregación racial en contra de los denominados ‘hombres de color’.
Por entonces, Mandela logró destacarse como una figura de especial importancia dentro del Congreso Nacional Africano (ANC), especialmente en la campaña de desobediencia civil de 1952 y en el Congreso del Pueblo de 1955, en el que se aprobó la Carta de la Libertad, que constituyó la herramienta principal en la lucha contra el apartheid. Luego de la masacre de Sharpeville, miembros del Congreso Panafricano (PAC), del Partido Comunista Sudafricano (SACP) y del Congreso Nacional Africano (ANC) en 1961 asistieron a la Conferencia Panafricana de ese año. En ella decidieron una estrategia común atendiendo la dramática llamada a las armas de Mandela, quien anunció -además- la formación del comando Lanza de la Nación. Con ayuda de activistas judíos, tal comando fue dirigido por el mismo Mandela, quien también formó parte de la planificación de actividades de resistencia armada. Por esto Madiba era considerado terrorista, tanto por las autoridades sudafricanas como por el gobierno inglés y aun por la Organización de las Naciones Unidas.
En 1964 fue llevado a la cárcel de la isla Robben en donde permaneció 18 de los 27 años de presidio que soportó en las más infamantes condiciones. Solo cuando el presidente Botha fue víctima de un derrame cerebral, siendo sustituido por Frederik de Klerk, se logró la libertad de Mandela en febrero de 1990. Los hechos ya habían sido definitivos. Las tropas de Cuba y Angola derrotaron al Ejército sudafricano en Cuito Cuanavale, y el mundo entero tuvo que aceptar el triunfo de la justicia sobre el apartheid, así como la elección de Madiba como el primer presidente negro de la nación del sur de África, triunfo logrado en comicios democráticos.
El premio Nobel de la Paz y cientos de galardones otorgados por diversas naciones son parte de la admiración, veneración y respeto que a Nelson Mandela le tributa el mundo. Y es que la humanidad le debe tanto a Madiba: el ejemplo de un espíritu tenaz, valiente y decidido, amante del respeto a los seres humanos sin distingos de raza, color o credo. La entrega sin límites de su vida entera al logro de la justicia, la igualdad de los individuos, el fortalecimiento de la democracia y la libertad de los pueblos.