Dostoievsky decía que no es encerrando al vecino, como nos convencemos de tener la razón. Y el matemático Blas Pascal, que enloqueció cuando se hizo místico, decía que los humanos somos tan locos, que sería necesario estar loco para no estarlo. Es que en este mundo patas arriba, la cordura es otra forma de locura. Y a veces, la peor.
Por lo pronto, el grado de locura siempre se establece desde el poder, que define a quién arrancarle un pedazo de cerebro, o torturarlo con choques eléctricos o, como hoy, meterlo tras las rejas.
Pero los tiempos han cambiado, así como cambian las formas de ver a los locos. En general los hemos tenido aislados porque han sido motivo de escándalo cuando hacen y dicen cosas que no están aceptadas, o a causa del miedo que provocan cuando se tornan furiosos. Y en otros casos, inclusive, han sido un buen negocio. Por suerte estamos en el siglo XXI y no en la Inglaterra de siglos anteriores.
Allí, en aquel entonces, los locos eran llevados a centros de reclusión, pero las autoridades no disponían de suficiente dinero para vigilarlos o alimentarlos. Entonces, en un claro avance neoliberal, decidieron privatizarlos.
La idea fue convertir los manicomios en lugares de paseo dominical para las familias. Obviamente, la entrada costaba un dinero y el poder apreciar a determinados locos, costaba algo más. Así se creó el negocio de vender o alquilar a los locos a empresarios privados que, para recuperar la inversión provocaban en el enfermo los comportamientos más extravagantes y furiosos. A veces la fórmula era el hambre y el maltrato previo a la hora de visitas, lo cual exacerba aun más a la pobre víctima y aumentaba el público. En otras ocasiones, el loco, no tan loco, de manera razonable, se ponía de acuerdo con su empresario para impresionar más con su espectáculo. A más visitantes, más dinero y mejor comida. Los peores locos, los más peligrosos, por supuesto, eran los empresarios y los visitantes.
Épocas pasadas. Pero no tanto. Las personas diagnosticadas todavía son llevadas tras las rejas. Y así todos nos quedamos tan tranquilos. En el mundo empieza a impulsarse la desmanicomialización: integrar a los enfermos mentales a la vida cotidiana. Y los resultados han sido provechosos. Pero falta mucho por hacer. Es que a los locos que estamos afuera no nos gusta la idea de ver que la única diferencia con los locos de adentro, es que nosotros, los libres, somos mayoría.
En el ajedrez, como en la vida, a veces lo que parece una locura está lleno de brillantez.
1: D6A +; CxD
2: A7R mate