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El Telégrafo
Carlos Silva Koppel

Cuando uno muere

27 de julio de 2020

En nuestras cabezas suceden muchas cosas en milésimas de segundos. Esa es quizá la belleza de la compleja mente humana.

 Un día pandémico de los anteriores, me encontraba sentado comiendo un bocado que tenía forma rectangular. Sentado, a solas y un bocado rectangular de comida. En medio de la mesa semivacía, yo era la excepción al vacío del lugar y pensé en la nostálgica canción de pila de aquella película del director chino Wong Kar-wai, In the mood for love, que varios recordarán.

De pronto tuve la impresión de que debía comer la porción de comida con palillos chinos, los mismos con los que mis amigos de izquierda suelen servirse el sushi en restaurantes. Mientras tanto, un extraño humo penetraba la casa invadida por mí. Acá en la ciudad aún no abandonan esa costumbre ilógica, nada ecológica, de quemar la basura que les da la gana.

-Los científicos han dicho que el volcán traerá cenizas que hará picar la nariz y enronchar la piel-.

Me puse de pie, porque tenía que ver de dónde provenía ese humo, el cual, me hizo pensar, -¿qué tal si en los alrededores hay personas que tienen problemas respiratorios?-. No importa, esto siempre ha sido la tierra de la desconsideración con los otros.

Nos matan y las personas solo tuitean.

-La batalla está perdida-, me dije. Es imposible civilizar al incivilizado, acabar con la delincuencia, con el mentiroso político ladrón. Aún pensaba que, por qué no tengo los benditos palillos chinos y yo mismo me respondí, -porque los chinos comen aleta de tiburón-. Y me reí, fue un chiste privado que no diría públicamente. Tampoco hubiera podido imaginarme a Wong Kar-wai en esas excentricidades. Pero sí concluí que el mundo está enfermo de China y no del concepto maniqueo que los que comen sushi llaman “neoliberalismo”.

A lo lejos también vi las luces del sur. Tintineaban como estrellas y por eso deduje que lo que me llegaba era la luz de algo que ya no existe. De las estrellas se decía antes, que eran las personas fallecidas convertidas en ellas. Ahora creo que de los que ya no están, nos queda solo su luz… si es que en vida brillaron. (O)

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