Para muchos de nosotros, la respuesta a esta pregunta, parafraseada de la obra de un tan buen escritor como mal político, se puede remitir a la noche del pasado 12 de noviembre, cuando militares sublevados antes junto con policías impusieron la banda presidencial a una torpe señora autoproclamada ese mismo día, quien conduce un régimen de facto que en tan corto tiempo ya tiene más de una veintena de asesinatos y cientos de heridos y detenidos en sus espaldas.
Para otros, la respuesta se remite a la noche del 20 de enero, cuando un inepto Tribunal Electoral decidió interrumpir un conteo rápido (proceso no obstante diferente al cómputo oficial), poniéndose así a tono con la antelada narrativa opositora de un “fraude”, palabra que por otro lado ni siquiera la OEA utilizó en sus informes, el primero de ellos expuesto con toda mala leche y sin que el Tribunal presente todavía resultados finales.
Para otros más, Bolivia se había jodido el 21 de febrero de 2016, cuando Evo Morales perdió, por escaso margen y tras una campaña de mentiras, un referendo que le impedía repostularse a la Presidencia. Al desconocer esa votación y optar por una, aunque legal, cuestionada vía para su habilitación, el líder del MAS no sospechaba la siembra del germen de una adversidad que terminó literalmente golpeándolo.
Pero no pocos pensamos igualmente que nuestro país ya había nacido jodido en agosto de 1825, cuando una casta de doctorcitos y patrones dio a luz una nación que excluyó a su identidad y mayorías, un Estado apenas útil para facilitar el enriquecimiento de muy pocos mediante el saqueo, la violencia y la humillación para el resto.(O)
Contra esa realidad se rebeló precisamente Evo desde el 2006. 14 años sin embargo mellan a cualquiera y, al natural desgaste de toda gestión, se sumó un elemento para mí central: la carencia de orientación -y hasta de mística- estatal para el gasto de ese excedente en apariencia caído del cielo, aunque fruto de duras luchas sociales. (O)